Comedia amable con un contenido Francella
Antes que nada: es una buena película. Tema interesante, el de los hermanos que han dejado de hablarse, personajes muy bien elaborados, observaciones precisas, resolución agradable, lindas actuaciones. Autora, Ana Katz, que ya en su primera obra, «El juego de la silla», mostró sus buenas cualidades, y habilidad para tensionar al espectador en torno a un incómodo momento de la vida familiar: la visita del hijo exitoso a la casa donde lo esperan la madre medio ridícula y demandante y la ex novia convertida en un plomo pegoteado y lastimero. Los hermanos lo acompañan en la desgracia, pero no pueden hacer mucho, ellos cargan con la cruz de sus propias limitaciones. «Los Marziano» también describe una familia. Más presentable, vamos a decir. Tenemos al profesional en temprano retiro, que vive en su country con su señora. Y en la ciudad, a la hermana del profesional, señora viuda, bien animosa, en su departamento. Luego, a la ex esposa de un tercer hermano con su hija. El profesional se ocupa de pagar la educación de su sobrina y otros pequeños fastidios, incluso de pagarle los festejos de cumpleaños, soporta que caigan todos a su piscina, incluso una amiga de la hermana, etcétera. Y por último, allá en la segunda o tercera provincia donde se ha ido a probar suerte, está el otro hermano. Un buen tipo, no vamos a decir que no. La verdad, un colgado de la palmera, comentarista radial de turno noche, con su motito donde carga amorosamente a la segunda mujer y la segunda hija, hasta que descubre tener un pequeño problemita neurológico. Deberá buscarse un especialista en Buenos Aires. ¿Y quién le pagará los gastos médicos y de mantenimiento, y los vicios?
Quién sabe cuántas veces lo habrá bancado el otro. Ahora ya está harto, no quiere saber nada. No quiere ni verlo. Serán las mujeres, quienes se organicen para resolver el problema y reunir a los hermanos. Ese es el tema, esa es la historia. Los intérpretes los conocemos, son formidables. Y el tono elegido para la obra está muy bien llevado. Un medio tono hecho de sutilezas, de pequeños detalles, de situaciones bien armadas, dorando la carne a fuego suave hasta llegar al climax sin levantar la llama y con un doble remate verdaderamente bien puesto. El detalle, que conviene advertir, es que también Francella trabaja en medio tono. Lo hace muy bien, pero conviene avisar. El público no encontrará aquí al querido comediante de la tele, sino al actor luciéndose en algo distinto.
Algunos lamentarán eso, y otros pondrán a la directora por las nubes, precisamente por haberlo contenido y haber eludido, de paso, «los lugares comunes de la lágrima y el costumbrismo». Podría considerarse que muchos de esos lugares comunes siguen emocionando y haciendo pensar, baste recordar, por ejemplo, «La casa grande», sobre hermanos en discordia. Pero, en fin, acá se hizo algo menos habitual, más cercano a la vida real y al cine contemporáneo, y, es cierto, se logró un buen resultado (dicho sea de paso, también logra un buen resultado el personaje de la vecina que hace Cristina Alberó, a quien Arturo Puig sorprende una noche en muy grata compañía).