Policías en la jungla del cliché
Si un cliché se multiplica por tres se obtienen tres clichés. Es lo que hace el guionista de esta película con los protagonistas. Policías los tres, Richard Gere es el veterano que, mientras cuenta los días que le quedan para el retiro, al levantarse se toma un whisky y prueba un tirito de ruleta rusa. Sólo después del retiro se atreverá a comportarse como un héroe. O un justiciero por mano propia, si se prefiere. Ethan Hawke es el policía casado, al que el salario no le alcanza para cubrir las deudas. La plata extra la hace choreándoles la dirty money a los chorros que asesina. Don Cheadle es, finalmente, el infiltrado que tiene que empujar a una banda a un robo grande, para que sus jefes los agarren con las manos en la masa. Vive entre el miedo a ser desenmascarado y la culpa por lo que hace. Deudas, duelos, miedos, culpas y pecados carcomen a los tres: Los mejores de Brooklyn puede verse como versión policial de las películas de González Iñárritu y Guillermo Arriaga, en las que el mundo es La Perdición.
Las mayúsculas van por el componente religioso, que se hace explícito. No sólo en las escenas en las que el personaje de Ethan Hawke se confiesa en la iglesia –un par de herejías lo confirman como creyente–, sino sobre todo por la larga y hemoglobínica secuencia final. Allí los tres cristos tienen sus respectivos via crucis y expiaciones por la sangre. Cristianismo + final de Taxi Driver x 3. Desde ya que todo es cargado, ominoso y oscuro en esta película. Como corresponde a las de la familia Iñárritu-Arriaga, los protagonistas no se conocen entre sí. Sólo al final la Providencia hará que sus caminos se crucen, esta vez no por medio de un accidente, sino del mero ejercicio de sus funciones. Hasta ese momento las tres historias se narran por separado, con el personaje de Gere cargando un duelo que le pesa demasiado, Hawke sobreactuando a su torturado deudor y el de Cheadle intentando que sus superiores lo saquen de ahí y lo manden de una vez a una oficina.
Métrica y tensión narrativa no faltan: el director es Antoine Fuqua, que ya había hecho gala de ambas en Día de entrenamiento y Tirador, dos de las mejores muestras recientes del género. Su mano se ve en escenas magníficamente construidas, como la de presentación. Allí, por más que no pase nada, la lentitud y ritmo de unos travellings ondulantes avisa que va a pasar de todo. Del montón de cameos que la enriquecen (Vincent D’Onofrio, Lili Taylor, Will Patton) no puede dejar de destacarse la reaparición de la gran Ellen Barkin en el papel de superior despiadada, torciendo una vez más su boca mientras los ojos le centellean, como en los mejores tiempos. Pero no alcanza para levantar la prédica del guión, que pesa como una cruz de hierro.