Un alegato político y contundente que invita a la polémica
Si nos tomásemos de un axioma al estilo, "un clásico sigue siéndolo porque pasan los años pero sigue vigente en contenido y forma", entonces la reinterpretación de “Los miserables” de Victor Hugo será su película está temporada.
Lejos ya de aquella multinominada versión de 2015 protagonizada por Hugh Jackman, Russell Crowe y Ann Hattaway, la lectura que aquí se hace del texto original no sólo permite indagar en la multiplicidad temática, sino también reflexionar sobre la profunda visión social que los autores consagrados de antaño tenían de su presente, y cómo llegado a este punto de la historia mundial las cosas siguen más o menos igual.
"Lobo es el hombre para el hombre" escribió Plauto mucho antes de nacer Jesús, frase que luego sería revitalizada por Thomas Hobbes en su “Leviatan”. Es un buen acercamiento a lo que el guión de Ladj Ly, Giordano Gardelini y Alexis Manenti que sin tomar literalmente y a rajatabla el texto de Víctor Hugo, sino su barrio y la radiografía del submundo humano, logran resignificarlo para contar las miserias y crueldades del ser humano contemporáneo.
A Stephane (Damien Bonnard), un policía que todavía oscila entre lo novato y lo idealista, lo trasladan a París para formar parte del escuadrón anticrimen. Ahí conoce y se vinculará eventualmente con dos de sus nuevos compañeros: Chris (Alexis Manenti), más conocido en el violento barrio como el Chancho Rosa, ultra racista y cruelmente indiferente a las carencias, y Gwada (Djebril Zonga), hombre de origen musulmán, ya muy lejos de sus creencias y mucho más de sus coterráneos, que prefiere golpearlos antes que saltar en su defensa.
Pero antes de entrar en trama, el director se despacha con una pequeña y demoledora secuencia que se desarrolla en las calles de París durante los multitudinarios festejos por la obtención de la copa del mundo en el mundial 2018, acaso análogo al momento del festejo en el Obelisco en nuestro mundial ’78. Esa euforia genuina no es sino con dejo de hipocresía estatal y política a partir de entender que ese momento es compartido por todos a la par y sin distinciones. El pueblo unido bajo una misma bandera a la cual todos idolatran y cantan, incluyendo los tres chicos inmigrantes de origen musulmán que se entremezclan entre la gente y hacen propia la alegría, aunque los miren de reojo.
Terminados los festejos la vuelta a la realidad cotidiana es igual caótica, pero ahora más violenta y completamente desdesperanzadora. Planteada estéticamente al estilo Meirelles en “Ciudad de Dios” (2002) y, por qué no, a lo Danny Boyle en ese comienzo de “¿Quién quiere ser millonario?” (2008), “Los miserables” se aleja del relato de pareja (o mejor dicho trio) de policía bueno, policía malo y comienza a construir un espiral de impunidad que por sus capas de empeoramiento coyuntural remite a una suerte de infierno de Dante, cruelmente desproporcionado.
Esa lectura social es la gran apuesta del realizador malí, quien de esto de los inmigrantes y refugiados sabe, y mucho. Por eso, la brutalidad racial e impune de la policía es mostrada no como piedra basal, sino como sublimación de la fragilidad frente a los distintos poderes y sistemas que acorralan al ser humano. Un alegato político y contundente que invita a la polémica.