Cámara agitada, sonido inquietante, montaje nervioso, seres desagradables, acalorados, mentes alteradas, situaciones siempre a punto de explotar, esta película desborda adrenalina por los cuatro costados. En ella Ladj Ly desarrolla una historia terrible, coral, ambientada en Montfermeil, barrio nada turístico de los extramuros de París. Es una historia de broncas desatadas, con tres policías que difícilmente merezcan una medalla, gran cantidad de vagos y mal entretenidos, grupitos mafiosos, comerciantes y funcionarios que medran con la desgracia ajena, y por si esto fuera poco también hay un circo de gitanos grandotes. Y a un chico no se le ocurre nada mejor que robarles un cachorro de león.
Podría decirse que lo hace por razones religiosas. Tantas excusas hay ahora en el mundo. El director pinta con mano hábil todo ese ambiente, lo conoce bien, lo hace verosímil, como que nació, creció y trabaja ahí. Después la mano se le va, y el último tercio de la película ya se vuelve demasiado efectista, y hasta poco creíble. Puestos a comparar, este film no tiene la agudeza ni la profundidad de “Haz lo correcto”, su evidente modelo, ni de sus antecesores “El odio” y “Ley 627”. Pero golpea fuerte, y llama la atención sobre un malestar que explota con facilidad, como los parisienses vienen comprobando desde las revueltas de 2005 hasta la del mes pasado. Ladj Ly ha querido mostrar que en el barrio donde Víctor Hugo ambientó parte de su novela, especialmente la rebelión popular de 1832, todo sigue igual, o peor. Destaca una frase de Hugo: “No hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores”. Y actualiza con otro nombre y otro desarrollo un personaje, Gavroche, el niño de la calle. Más dudosos, los equivalentes de Cosette y Thenardier. Pero eso es todo. A su mirada le falta Jean Valjean, el hombre ejemplar, de corazón limpio, que superó sus desgracias. Y un inspector Jabert, capaz de aplicar sobre sí mismo el más riguroso cumplimiento de las leyes.