Si usted, lector, va a considerar ver Los Miserables, con total independencia de lo que tenga que decir esta crítica, debe hacerlo en base a su trailer más que a otra cosa. Es que uno podría pensar inicialmente que se trata de una modernización (a lo Baz Luhrmann con Romeo + Julieta) de la célebre novela de Victor Hugo, que ha contado con sendas adaptaciones en el pasado (la última tiene 7 años de añejamiento). No lo es.
El mañana vendrá…
Su poster no es lo que podríamos calificar de publicidad engañosa, ya que lo que este retrata son los primeros diez minutos de película y la célebre obra está presente pero intentando acercarse más a su espíritu que a su literalidad.
La película del realizador Ladj Ly, si bien presentada como una obra de ficción, tiene un estilo semejante al documental.
Muestra la separación entre minorías y policías como un conflicto a punto de estallar. Está presente la necesidad de mostrar el jolgorio y la hermandad que se produce cuando la selección de tu país gana la Copa Mundial de Fútbol (los lectores de mayor edad no van a dejar mentir a quien esto escribe), pero también está esa necesidad de mostrar dicha hermandad como algo transitorio, mostrando el día después, cuando se retoma la triste cotidianeidad.
El guion se toma el tiempo para introducir no solo estas cuestiones, también lo hace con el funcionamiento de las fuerzas policiales. Ellas, según lo que propone Los Miserables, tienen un arraigado código de silencio, ante el cual el protagonista dudará desde el primer minuto. El factor identificatorio está: el traslado del protagonista para poder ver con más frecuencia a su hijo y el contraste con sus compañeros que acosan a jovencitas abusando de su autoridad.
Una vez establecidos estos elementos, tenemos que hablar de la fluidez y la estructura del guion en sí mismos. Si bien es de apreciar el nivel de detalle y realismo que se le quiere imprimir a la historia, la introducción del universo se vuelve demasiado cansina para su bien. El espectador está expectante a un conflicto que tarda en aparecer.
Sin embargo, seamos justos, cuando el conflicto aparece en la forma de un cachorro de león robado y una munición lacrimógena disparada por accidente, la trama comienza a avanzar, y a paso ágil. Vemos la naturaleza de los personajes en toda su plenitud, donde ese cachorro de león, si se quiere, es un pequeño simbolismo de la selva en la que esto puede convertirse.
Una vez resuelto ese conflicto, a la mitad del metraje, la película se adentra en otra meseta donde se pueden apreciar pequeños dilemas morales que, para bien o para mal, moral o inmoral, allanan el terreno para un tercer acto que explota en la forma de una revolución de los jóvenes del vecindario contra los policías abusivos. Una resolución que -vale la pena advertir- tiene un leve tinte anticlimático.
Al final de la película se imprime una frase de Victor Hugo que intenta dar sentido a todo lo que acabamos de ver; porque las asociaciones con su novela son pocas y muy separadas entre sí. Sí, el joven que roba el cachorro de león sería Gavroche en esta historia. Sí, el antipático policía que lidera la brigada sería Javert. Sí, el barrio que patrullan es donde escribió la novela. A lo mejor plantea que la historia siempre se repite y que estos son miserables de esta época, de este contexto, sin adaptaciones ni asociaciones; un fresco con los dilemas de ahora. Quedará en cada espectador determinar cuáles siente que son las respuestas a tales dilemas.