Mucho ruido, y pocas nueces
Si bien la comedia musical ha sabido hacerle honores a la exquisita novela de Víctor Hugo, la adaptación cinematográfica de la versión musical no hace otra cosa que desmerecerla.
La historia comienza pocos años después de la Revolución Francesa, mostrándonos una resumida versión de las injusticias que desatarían las primeras barricadas: un padeciente pero intrépido preso, Jean Valjean (Hugh Jackman), condenado injustamente por robar una hogaza de pan, a quien el duro Inspector Javert (Russell Crowe) le otorga libertad condicional sólo porque la arbitrariedad de su cargo le permite hacerlo. Todo seguirá en una eterna persecución del incorruptible Inspector a Valjean, quien luego de violar las condiciones de su libertad, se debatirá moralmente entre sus deseos de venganza y de gratitud por quien le daría la chance de ser alguien. En esa lucha aparece Fantine (Anne Hathaway), quien le dará la razón para seguir viviendo en ese mundo injusto: deberá hacerse cargo de su hija Cosette (Amanda Seyfried).
Ciertamente, la suma de no pocos y esenciales errores de realización, provocan un devenir tedioso que no la hace recomendable ni para quien pretende iniciarse en el género ni para quien quiere darse el gusto de apreciar semejante obra.
Desde la elección de un elenco protagónico que en su mayoría hace evidente la falta de formación en el género de la comedia musical, hasta la evidentemente artificiosa escenografía, le restan toda la fuerza a una historia que tanto en el relato como en la música exuda pasión y revolución. El desempeño musical, sin perjuicio de las afinadas voces, resulta insulso por la falta de matices, y no logra empalmar el relato musical con el actoral, dejando trunco a ambos.
Anne Hathaway si bien en su breve intervención –respecto a la extensa duración de la película- es quien más méritos realiza para contar musicalmente su sufrido papel de Fantine, no basta para paliar el opaco desempeño de Hugh Jackman, quien solamente consigue transmitir algo de sentimiento en sus últimas escenas. Russell Crowe, por su parte, a cargo de uno de los personajes más fuertes y provocadores de la historia, sólo consigue deslucirlo, ofreciendo nada más que un correcto afinamiento carente de la más mínima expresividad, y dejando sin desarrollo los ricos matices que asume en cada parte del relato.
En definitiva, esta adaptación no sólo no consigue aportar nada de lo que una versión cinematográfica le podría brindar a una comedia musical, sino que le resta lo que la música inspira: pasión. No conmueve, y entonces sólo pasa a destacarse la extensión de casi tres horas de película entre sendos monólogos musicales.