El discurso del proletario
Luego del éxito y los premios conseguidos con El discurso del rey, el inglés Tom Hopper concretó esta versión del popular musical -inspirado muy libremente en la novela de Victor Hugo de 1862- que desde mediados de los '80 cautivó a miles y miles de personas en Londres y Nueva York. El resultado es una película a la que le caben unos cuantos adjetivos en principio positivos (cuidada, prolija, vistosa, impecable, profesional), pero que no llega a ser un producto logrado (ni mucho menos entretenido). Sus 8 nominaciones a los premios Oscar, por lo tanto, lucen excesivas.
Esta historia del héroe proletario Jean Valjean (Hugh Jackman) perseguido por el inspector de policía Javert (Russell Crowe) en el convulsionado período que va desde la Revolución francesa hasta el fallido alzamiento de 1832 me resultó una experiencia ardua, por momentos al borde de lo soporífero. Debo aclarar -y no es un dato menor- que no soy un fan del musical (ni en teatro ni en cine), pero creo tener la suficiente experiencia y recursos como para discernir cuándo una película de esta índole funciona, fluye, convence. Aquí, uno puede quedarse con los decorados, la fotografía, las coreografías de las escenas de masas, la grabación en vivo de los actores cantando, pero nunca con la intensidad dramática o la contundencia de su narración. Es un perfecto envoltorio para un interior hueco y artificial. Un mero ejercicio de estilo y despliegue de recursos. Y estamos hablando de un relleno con sabor a nada de ¡158! minutos. Dos horas y media que se estiraron como chicle y que -según mi sensibilidad (seguramente habrá otras muy distintas)- duraron una eternidad.
Hooper es un cineasta tan correcto como superficial e insulso. OK, cuando tiene a Anne Hathaway cantando en primer plano consigue emocionar, pero creo que lo haría cualquier director cuando cuenta con una intérprete de tanto talento. Cuando, en cambio, la cosa pasa por el australiano Jackman y el neozelandés Russell la cosa se vuelve bastante tortuosa, casi exasperante. No quiero resultar en esta crítica demasiado terminante porque entiendo que el musical es un género muy particular, con no pocos adeptos que son capaces de disfrutar casi tres horas de una propuesta de estas características. A mí, esta vez, déjenme fuera de la fiesta.