Gracias a Hollywood la CIA cuenta con una nueva herramienta de tortura para obtener confesiones de terroristas.
No existe criminal en este planeta que pueda sobrevivir una exhibición de Los miserables sin quebrarse y confesar todo lo que sabe.
De haberse estrenado este film en el 2002 la Casa Blanca se hubiera cargado a la cúpula de Al-Qaeda en un tiempo récord.
La historia de Victor Hugo es una obra maestra de la literatura y uno de los libros más apasionantes que probablemente leí en mi vida.
Me encanta esta historia pero lo que hicieron con esta adaptación es imperdonable.
Desde Moulin Rouge el género musical tuvo un gran renacimiento en el cine y en los últimos años pudimos disfrutar de filmes fabulosos y entretenidos.
No es el caso de Los miserables que brinda una de las propuestas más aburridas y superficiales que se realizaron en mucho tiempo.
El director Tom Hooper (El discurso del Rey) se limitó a filmar la obra de Broadway en la pantalla grande donde construye todo el maldito relato con diálogos cantados sin darle un respiro al espectador.
Este recurso que puede funcionar en un espectáculo teatral con intervalos, en el cine convierte a una producción de este tipo en un larguísimo video clip.
Uno tiene la sensación que siempre escucha una misma canción que nunca llega a su fin y la repetición que se genera durante casi tres horas de duración es soporífera y tortuosa.
Al no haber tampoco grandes coreografías de baile el film se centra principalmente en las canciones y las interpretaciones vocales del reparto que son muy dispares.
Lo peor de todo es que la historia de Victor Hugo acá fue ultrajada de un modo criminal.
Me da gracia siempre que se aclara que esta es una adaptación del musical de Broadway y no de la novela como si eso justificara el patético guión, cuyas canciones tienen el romance y dramatismo burdo que podés encontrar en un disco de Ricardo Arjona.
La apasionante persecución del terrible Javert a Jean Valjean en este caso quedó reducida a un melodrama infumable donde no tienen sentido muchas acciones de los protagonistas.
De hecho, nunca se termina de entender por qué estos hombres son enemigos.
Los personajes en general no tienen ningún tipo de desarrollo y sufren en la vida por la sencilla razón que el director tenía que justificar el título del film.
Hooper con en este proyecto demostró que nunca comprendió a los personajes de Hugo y los retrató como una telenovela de Thalía donde el dramatismo fue trabajado a extremos exagerados.
En un punto el cineasta desarrolló un anti-musical donde las canciones son monólogos repetidos de los personajes que apenas tienen una conexión emocional entre sí, ya que la mayor parte del tiempo se cantan a sí mismos.
Esta versión de Los miserables es un culto a la redundancia.
Más allá de saturar todo el tiempo con primeros planos hacia el rostro de los actores, el director Hooper tampoco ofrece ningún recurso narrativo que permitiera adaptar este musical con un impronta más cinematográfica.
Hugh Jackman hace su trabajo con muchísima dignidad aunque hacia el final uno termina por desear que el ejército francés lo ejecute en un paredón.
Amanda Seyfried zafa en su reducido papel y su interpretación resultó más medida que la sobreactuada Anne Hatthaway, quien en apenas un minuto pasa de ser una obrera sacrificada a una prostituta de los bajos mundos.
Entiendo que los musicales tienen otros tiempos pero la superficialidad con la que fue abordado el personaje de Fantine es infame.
Sacha Baron Cohen, con una lograda imitación de Adam Sandler, te saca por lo menos una sonrisa en la secuencia de la famosa canción “Master of the House” que es el único momento entretenido de este film.
Russell Crowe.
Su performance musical redime El Rey León de Ricardo Fort.
Escuchar a Crowe en los monólogos que tiene su personaje y que te golpeen con un martillo en los testículos genera el mismo dolor físico.
Lo que hace en esta película sinceramente no tiene nada que envidiarle a los musicales del chocolatero mediático.
Esta producción no se la recomiendo ni al peor enemigo.
Desde el estreno de ese mega bodrio francés que fue Los destinos sentimentales, de Olivier Assayas, que no la pasaban tan mal en una sala de cine.
Es muy triste ver como convirtieron una historia profunda con crítica social en un melodrama superfluo.
Cuando creías que no podría existir algo más insufrible de ver que un capítulo doble de Glee, el director Tom Hooper levantó la cuota de sadismo con un film que sólo le rinde honores a lo que representa el tedio en la pantalla grande.
Si se animan a verla lleven una almohada.