Uno puede decir que esto es una “adaptación al cine” de la obra de teatro musical basada en la novela de Víctor Hugo. Pero no, no es una “adaptación” sino una traslación: el trabajo del realizador Tom Hooper se reduce en este film a elegir más o menos el casting y a mover la cámara de modo decorativo e innecesario. Lo más importante de la película, más allá de las (pocas) secuencias de conjunto que aparecen en la segunda mitad, cuando se reproducen las barricadas parisinas de 1932, es ver gente cantando a cámara y explicando lo que nada más explica. De hecho, el espectador no comprenderá ni la obsesión de Javert, ni el amor de Cosette, ni la desesperación de Valjean salvo porque lo dicen (cantando, bueno, pero solo “lo dicen”). Si este es un defecto del material de base, el realizador -al no “adaptar” lo que tiene- no lo corrige. Porque lo que hay es una antología fotográfica de gente que canta declamando, nada más. Y por eso, además, el film resulta larguísimo y aburre: en el cine no hacen falta canciones tan largas.