Existía un viejo programa llamado "Talk it" al cual uno podía ingresarle texto, seleccionar una voz y tonada en particular y escuchar cómo una suerte de robot lo reproducía. La más divertida de las voces era sin dudas una llamada "singing boy" (chico que canta), y lo gracioso era que indiferente del texto que se le ingresara, ya fueran rimas consonantes o asonantes, todo sonaba forzadamente fuera de tono y mal cantado. Los miserables es bastante similar a eso. Parece como si el director se hubiera bajado el "Talk it" e insertado el guión entero de la película para que lo cantara el singing boy (o la singing girl según corresponda).
Resulta gracioso ver cómo la progresión narrativa de Los Miserables se ve acompañada por el forzado canto de sus protagonistas. Algunos se suicidan, se enamoran, cambian de vida y toman decisiones radicales exteriorizando y explicitando pensamientos cantados solo porque el guión dictaba que así debía ser. No alcanza con contratar a actores que sepan cantar y tengan buena presencia en pantalla para contar una buena historia a modo de musical. Hugh Jackman, Anne Hathaway y Russel Crowe (y todos los que los acompañan) demuestran que pueden cantar y que saben lo que están haciendo, pero aquí el error parte del guión y la dirección.
La reiteración de primeros planos se vuelve increíblemente molesta. Cada vez que la cámara se acerca suavemente hacia la cara de uno de los personajes y empiezan a esbozar gestos de sufrimiento sabemos que a la brevedad estaremos escuchando otro dialogo cantado (porque no parecen canciones, sino diálogos cantados). Y lo peor de todo es que esto sucede de manera constante. De los larguísimos 158 minutos de cinta casi el 100% está compuesto por diálogos cantados, prácticamente no hay lugar para parlamentos comunes y corrientes. Como si fuera poco la división de las escenas está dada casi siempre por fundidos a negro, ya que las mal llamadas canciones se encadenan una tras otra sin dar respiro. He aquí una grave malinterpretación del concepto de musical.
Probablemente el director Tom Hopper (responsable de la ganadora del Oscar "El discurso del Rey", esa película ideal para ver un Domingo con el suegro) quiso acercarse más a tono de una ópera, pero al quedarse en algún lugar intermedio falló considerablemente.
Que no resulte extraño si en medio de la proyección se oyen risillas viniendo de distintas zonas de la sala. Uno puede creer que se trata de un proceso de acostumbramiento, ya que el público no está tan habituado a los musicales (menos a uno como este) y que a medida que la película progrese se adaptarán y dejará de parecerles jocoso. Pero no. Las risillas persistirán durante las largas 2hs y media de metraje.