El llanto de los oprimidos
A pesar de los marcados desniveles en cuanto a la integralidad de la propuesta, Los miserables, dirigida por el inglés Tom Hooper, es un musical que eleva el estándar de los musicales cinematográficos de la última década porque su factura técnica y cuidado estético resulta impecable desde todo punto de vista, así como la meticulosa selección del casting para conformar un reparto de actores y actrices multifacéticos que suman voces diferentes, registros altos y potentes que cierran ese anillo de coloraturas melódicas de manera casi perfecta, con las grandes performances de Hugh Jackman y Anne Hathaway como los más rutilantes en los papeles del redimido Jean Valjean y la sufrida Fantine.
Un escalón por debajo se puede ubicar al neozelandés Russell Crowe en el rol del cuasi napoleónico Javert, antagonista y portador de la Ley que seguirá los pasos del prófugo Valjean a lo largo del recorrido histórico que propone la novela de 1862 del escritor francés Víctor Hugo, inspirada en la historia del delincuente Vidocq, quien purgara sus pecados delincuenciales creando luego el Departamento de policía, hecho que aquí se extrapola a la lucha interna de Jean Valjean y su necesidad perentoria de redimir un pasado tormentoso al hacerse cargo de la pequeña y desprotegida Cosette.
Si hay algo que destaca este musical trágico, dotado de emoción genuina y épica, desde el punto de vista cinematográfico es su despojo de teatralidad que por ejemplo arrastraba el fallido film Nine o reflejaba en algunos segmentos Los productores. Ese elemento es nada menos que el movimiento a través del espacio escénico, que gracias a la cámara en mano se destaca en escenas de alta tensión dramática o en aquellas que requieren desplazamiento de masas en el cuadro. Las transiciones temporales marcadas con prolijidad por las elipsis que recogen el trayecto histórico que va desde la Revolución francesa hasta el fallido alzamiento de 1832 también guardan una estrecha relación con el movimiento, aspecto que aporta a la estética del film un plus en complemento con lo arrítmico del relato completamente conformado por cantos y canciones del repertorio creado por Boublil y Schönberg, con las letras de Kretzmer que sufren un tanto la pérdida de la cadencia poética del francés, la sonoridad de las palabras, al traducirse al inglés y mucho más aún al español como sucedió en la puesta teatral argentina.
Tal vez era mucho pedirle a Tom Hooper y equipo respetar el idioma original y un esfuerzo extra para cada actor que sin lugar a dudas hubiese causado más que una sorpresa en las especulaciones de cara a los premios Oscars donde el film cuenta con 8 nominaciones que incluye las ternas principales, aunque es más que probable que pierda como mejor película ante Lincoln.
Los miserables amalgama en casi dos horas y media una catarata de emociones y despliegue visual donde la fastuosidad se dosifica con la épica del pueblo oprimido en el contexto revolucionario y con trasfondo de crítica social a la burguesía y al poder, pero no abandona en ningún momento la historia de amor o luego el triángulo amoroso entre la joven Cosette (Amanda Seyfried), Marius y la no correspondida Éponine.
Párrafo aparte merece la dupla cómica y burtoniana encabezada por Sacha Baron Cohen, Helena Bonham Carter, alivio cómico frente a tanto drama para que el relato encuentre sus momentos de pausa y el espectador descanse como si se tratara de un intervalo teatral que permite mantener la fluidez de la acción y descomprimir las atmósferas de angustia o pesares que pululan en pantalla entre la fealdad de los mártires, la indiferencia de los poderosos y la fe de aquellos que luchan por lo que creen justo cuando los vientos de la injusticia se acallan frente al murmullo de las multitudes anónimas que cantan y reclaman su libertad.