No fue un sueño, después de todo
El revolucionario e innovador musical, candidato al Oscar, es un relato hiperromántico.
Son muchos los motivos por los que Los Miserables fue y es un musical revolucionario. Porque su innovación va más allá del tremendo éxito de taquilla en el West End londinense y en Broadway. Su popularidad es una consecuencia.
Tiene romances, acción, drama, heroísmo, gente de principios, solidaridad, malvados… no le falta nada. ¿Será el idealismo revolucionario que lo inspira -e inspira-? En el musical, y el filme, sus personajes cometen errores. Fracasan y sufren frustraciones. ¿No son ésos los personajes más ricos a los que se puede apelar?
Los Miserables cambió de cuajo la historia del género musical en escena. Libremente inspirada en la novela de Victor Hugo de 1862 -una defensa sobre los oprimidos en la Francia de comienzos del siglo XIX, una pluralidad de personajes que van pasándose el protagonismo-, la obra producida por Cameron Mackintosh integró, junto a El Fantasma de la Opera y Cats, la llamada trifecta inglesa que le pegó un cimbronazo a la realidad de Broadway, la revitalizó en los ’80.
La trama nos presenta a Jean Valjean (Hugh Jackman), un hombre que pasó casi 20 años preso por robar un pan, que es y será perseguido in eternum por el inspector Javert (Russell Crowe). Valjean reconstruirá su vida, será alcalde y dueño de una fábrica en la que es injustamente despedida Fantine (Anne Hathaway), quien venderá su cabello, sus dientes y su cuerpo para poder enviarle dinero a dos inescrupulosos posaderos (Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter) para que cuiden a Cosette, su hijita (ya mayor, Amanda Seyfried).
Pasarán los años y la rebelión de los jóvenes por la libertad, abrazando los principios de la Revolución francesa, creará nuevos romances y pasiones, con Valjean y Javaert enfrentándose, desde lo físico y las canciones.
La película logra como pocas veces transmitir ese aliento, esa pujanza, ese hiperromanticismo que hará galopar varios corazones.
Para conseguir esas vibraciones, el director Tom Hooper ( El discurso del rey) hizo que los actores cantaran en vivo. Esto es novedoso para un musical en cine. Usted nunca vio algo así. Los intérpretes no grabaron previamente sus voces y hacían mímica mientras los filmaban. Cantaron en el set -tenían puesto un dispositivo en el oído, con el que escuchaban un piano que les marcaba el tempo- y recién después se les sumó la orquesta en la edición.
Y con ese falso irrealismo -¡es un musical!- se gana potencia. Se aprecia, se siente.
Todo esto necesita de actuaciones que crispen y un trabajo de cámara que haga elocuente hasta lo sutil. Los grandes escenarios o campos abiertos que presenta la pantalla eran imposibles en escena, y en eso radica la adaptación, la traslación. No es que el filme se base en el musical, sino que lo traslada . Hooper no corre otro riesgo que ése: llevar las canciones y las acciones al cine.
Y lo bien que lo hizo.
Tal vez exagere en la abundancia de primeros planos de los actores cantando. Pero de haber alejado la cámara y elegido una puesta menos enamorada de los personajes, no estaría “el” momento de Anne Hathaway. Directamente se apropia durante tres minutos de absolutamente todo. Canta en un solo plano I Dreamed a Dream. Y si es cierto que la partitura de Los Miserables, de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, es una de las mejores de los musicales modernos, ese tema hay que interpretarlo desde las vísceras. Y Hathaway las muestra.
No hay escenario que rote en el momento de las barricadas. Sí hay gente, de nuevo, de principios. Hay textos que hablan de que “ ahora la vida ha matado el sueño que yo soñaba” . Hay amantes que entregan hasta lo que no tienen. ¿Y existen frases más románticas que “ estoy perdido hasta encontrarla ”, o “una noche llena de ti, un corazón lleno de amor ”?
Hackman, Hathaway, el mismísimo Crowe -no es un improvisado en el musical, los ha actuado en su juventud-, todo el elenco es un lujo en un filme con sus rubros artísticos -diseño de producción, iluminación, vestuario, maquillaje- en un altísimo nivel, que deja las emociones a flor de piel.