Ya es candidata a las diez mejores películas del 2012. Eso sí, trate de verla en inglés, aunque en castellano también funciona. No es una película infantil, aunque los chicos la disfruten sin pausa: es un juego absoluto y constante con el propio cine y el sentido del espectáculo: una película que nos explica por qué tenemos que divertirnos. Y también sobre el amor, la identidad, la solidaridad y el poder del dinero. Eso, si necesita una excusa “seria” para sentarse una hora y media a reírse y emocionarse en cada plano. La historia es la de Walter, un Muppet que busca a sus semejantes, y de la organización de un postrer –primer– “Show de los Muppets” para rescatar un teatro. Es decir, cuento conocido y al mismo tiempo tratado con distancia e ironía justas, para que nada suene cursi. Ni los números musicales, que incluyen siempre un toque de humor para cortar cualquier melosidad, ni los innumerables gags que pintan nuestro mundo (la “banda tributo” de los Muppets –los Moopets–; la “risa maníaca”; el “viaje por el mapa”; el robot de los `80; las versiones brillantes de “Smell like a teen spirit” o “Fuck You”, la presencia cascarrabias y enorme de Jack Black, el increíblemente genial villano de Chris Cooper, cada diálogo de Jason Segel, cada mirada de Amy Adams) opacan la presencia indestructible de los muñecos. Ahí están Kermit y Miss Piggy y Fozzie y Gonzo y Meeker y Scooter: criaturas de colores fuertes para decir, fuerte, que la vida vale la pena. En tiempos nebulosos como estos, hay que ir a encontrarse con este arcoíris.