Volver a los clásicos
Toda película es siempre una oportunidad para pensar al cine y, por extensión, al mundo. No sólo porque el cine está determinado por el mundo (que es su materia prima aún en su versión puramente digital, ya que hasta ahora ha tratado siempre de imitarlo), sino porque su funcionamiento se afinca en la construcción de sentidos, en la capacidad de trasmitir interpretaciones de la realidad, visiones del mundo (en el doble sentido de la palabra: como “lecturas” del mundo y como “imágenes” del mundo). La acostumbrada hegemonía norteamericana en los estrenos de verano constituye, así, una oportunidad. ¿Qué es lo que tanto seduce? ¿Qué es lo que se busca en Misión Imposible, Las aventuras de Tintín, Sherlock Holmes o Los Muppets? Las respuestas serán diversas, cada cuál tendrá la suya: quien firma, encontró aquí alguna sorpresa digna de analizar.
Porque más allá de sus méritos o desméritos, Los Muppets (en bastante menor medida también Tintín) constituye una lección para el cine norteamericano contemporáneo, una muestra de un camino siempre posible: volver a los clásicos. El filme firmado por el inglés James Bobin es una inteligente mezcla de tradiciones cinematográficas y lecturas (políticas) del presente, que revive del mejor modo una serie que siempre se caracterizó por desarticular y dar vuelta los sentidos comunes dominantes de cada época. Por eso, contra lo que cree la mayoría de sus defensores, el regreso de los Muppets sirve para mostrar cuán pobre es el cine hollywoodense de nuestros días, por simple comparación: porque retoma la naturaleza eminentemente popular del cine, hoy absolutamente ausente en Hollywood, y promueve una visión colectiva de la vida, si bien inocente y benévola, al mismo tiempo crítica, capaz de abordar (problematizar) al presente a través de un humor irónico, nunca despreciativo y menos aún grosero.
Simple y directo como buen clásico, el argumento emula acaso el nacimiento de la película misma: un par de fanáticos de la serie se enterarán de que un millonario -llamado poco sutilmente Richman (Chris Cooper) – quiere apoderarse del estudio de Los Muppets, ya en ruinas y abandonado, para terminar de destruirlo, porque intuye que en su suelo se esconde un gran yacimiento de petróleo. Todo nacerá así del amor de los hermanos Garry (Jason Segel, además guionista del filme) y Walter (que es un muñeco como Los Muppets, pero con conflictos de identidad) por el viejo programa de TV, por lo que junto a la prometida de Garry (Amy Adams), ambos irán a buscar a Kermit (la Rana Renéen la vieja traducción) para convencerlo de volver a reunir al grupo: necesitan conseguir 10 millones de dólares para salvar los estudios, antes de una fecha perentoria. Por supuesto que la idea será volver a montar un show televisivo para reunir semejante suma, pero no tardarán en encontrar dificultades, primero por la indiferencia de los productores de la televisión, y luego por las vueltas de la trama: Miss Peggy, enojada con Karmit, se negará a participar en el show, y luego el propio Karmit sufrirá de un rapto de amnesia que lo llevará a desaparecer del mapa. Por no hablar del malvado Richman, que operará bajo las sombras para complicarles la existencia.
Alegre, amable y desprejuiciada, capaz de romper cada dos por tres las reglas de verosimilitud (sea “viajando en mapa”, sea denunciando su naturaleza de ficción en los diálogos), Los Muppets consigue algo que casi todos los productos destinados a los niños buscan y pocas veces logran: ser una película que llegue tanto a padres como a chicos. Y lo hace con el método opuesto a aquéllas: proponiendo a los grandes vivir en el universo de los niños. Por eso, es coherente el mundo inocente y feliz que plantea, donde los sueños se pueden alcanzar con la solidaridad y el esfuerzo compartido, ya que esta misma visión es una lectura crítica del presente, una lectura política e insurrecta para el imaginario norteamericano actual. A todo esto hay que agregar las canciones y las coreografías musicales, la particular apropiación de los clásicos (desde el musical a la comedia física del slapstick o el humor rápido de las series actuales), los guiños y las referencias múltiples que insertan a la película en el presente (y que trabajan desde los detalles para cuestionarlo) la aparición de alguna estrella (Jack Black sobre todo, o las menos logradas Whoopi Goldberg o Selena Gomez, entre otros), y la convicción de que el cine es un encuentro con la fantasía, pero una fantasía anclada en una comunidad, pendiente de sus problemas y preocupaciones. Algo que tiene un nombre: cine popular.
Por Martín Iparraguirre