Cualquier persona medianamente al tanto de las múltiples peripecias que Los nuevos mutantes debió atravesar sospecharía que, luego de tantas idas y vueltas, reescrituras, reshoots y cambios de fecha, poco debe haber quedado en el producto final de esa primera versión que, allá lejos y hace tiempo, un prometedor trailer dio a conocer. Más de un inocente habrá pensado que, en el peor de los casos, la película estrenada se vería afectada por algún que otro bache de guión o brusco cambio tonal. Lamentablemente, si hay algo que este 2020 nos ha enseñado es que somos demasiado optimistas.
De la misma manera que en Han Solo: Una historia de Star Wars convivían —mejor dicho, chocaban— dos visiones de la misma historia (como consecuencia del despido y reemplazo de sus directores una vez comenzado el rodaje), Los nuevos mutantes también evidencia en su superficie los problemas de producción que desencadenaron la pérdida de buena parte de su integridad. En un principio, el film había sido presentado como el tercero de una serie de proyectos de la ahora inexistente 20th Century Fox que, pese a estar basados en cómics de la factoría Marvel, buscarían escapar de la ya agotada y agotadora fórmula de las “películas de superhéroes”. En efecto, desde la autoconciencia en clave paródica y desde el western crepuscular, Deadpool y Logan lograron, cada una a su manera, erigirse por encima de una oleada de producciones tan grandilocuentes como intrascendentes, llenas de efectos especiales y elencos multiestelares. Al inscribirse en el género de terror, Los nuevos mutantes parecía —por lo menos a la distancia— emprender una apuesta similar, colocando a los X-Men en un registro narrativo al que ninguna de sus doce antecesoras, ni ninguno de los tanques de Disney o Warner, se le había animado aún.
Por una serie de cuestionables decisiones —demasiadas para enumerar aquí, pero fácilmente reductibles a “la desconfianza del estudio a cargo”—, la propuesta original de Los nuevos mutantes acabó tristemente opacada por su pantanosa ejecución y por la falta de claridad y cohesión que la reescritura constante de un guión puede acarrear. De hecho, su primera mitad se desarrolla un poco a los tumbos, saltando de personaje en personaje, presentándolos mediante una sucesión de flashbacks, pesadillas y visiones vívidas que dan cuenta de los traumas que los aquejan (en resumen, la mayoría mató o casi mata a alguien por culpa de sus poderes). En cuanto a sus respectivas mutaciones, las mismas son develadas paulatinamente a lo largo del segundo acto con el fin de dotarlo de, aunque sea, una dosis mínima de intriga. Lo que sí está claro desde el inicio es que ninguno de los protagonistas mutantes de esta película mutante (parte Atrapada, parte El club de los cinco) desea permanecer en el hospital/manicomio/prisión en que se encuentra. Dicho sea de paso —y dejando de lado la enorme suspensión de la incredulidad que implica aceptar que una sola persona sea capaz de mantener, cuidar y supervisar todo ese lugar—, la fragmentación del espacio es tal que uno jamás termina de entender la ubicación concreta de las habitaciones/celdas, salones y demás espacios comunes. En este sentido, ni siquiera sus dos elementos unificadores —las cámaras de seguridad y los conductos de ventilación— prueban ser de utilidad al momento de describir espacialmente la locación en la que transcurre prácticamente la totalidad del film. Lejos de ser un detalle menor, esta negligencia anula cualquier intento de encerrar efectivamente a los personajes, menos aún de transmitirle su claustrofobia al espectador.
A favor de Los nuevos mutantes, cabe destacar que elude la referencia fácil y nos ahorra el esperado desfile de cameos de mutantes más populares (apenas se menciona a uno de ellos de forma implícita y fugaz). No obstante, hay que decirlo, el legado de los X-Men parece haber quedado reducido tan sólo a sus mutaciones: ya poco importa su simbología, su incansable lucha por la libertad y la igualdad, su repudio de la segregación y la discriminación. El único remanente destacable —y hasta ahí— es el arco de autodescubrimiento y aceptación de un grupo de jóvenes bastante poco rebeldes, pero sí muy confundidos, insertos en una película sin pies ni cabeza ni garras de adamantio, que no sólo se apresuró a autoproclamarse “de terror”, sino que, para colmo, mutó en una suerte de versión young adult de Dream Warriors.
En su defensa, tal vez la culpa no sea de la película, sino de quien escribe: por haber sido optimista y haber depositado demasiado confianza en el director, responsable de Bajo la misma estrella y alguien que cierta vez afirmó: “no me gustan mucho las películas de terror”. No se necesita ser Charles Xavier para adivinarlo, Josh Boone.