Llegó a los cines “LOS OJOS DE TAMMY FAYE”, biopic que cuenta todo sobre la juventud, el ascenso, el apogeo y la caída de una pareja de predicadores evangélicos muy populares en la segunda mitad del siglo XX.
Tammy Faye Bakker (Jessica Chastain) nace y crece en una familia pobre, pero muy religiosa, de un pueblo pequeño en Minnesota. Desde ese entonces decide dedicar su vida a predicar los Evangelios a través de la música. Cuando ya es adulta y acude a la Universidad, conoce a quien sería su marido, Jim Bakker (Andrew Garfield). Pasa el tiempo, y el matrimonio explota cada vez más su talento natural para la comunicación y el entretenimiento, sumándole la gigantesca empatía de Tammy, en pos de predicar la palabra de Dios. Los proyectos llevados adelante por su esposo, sin embargo, tienen motivaciones y saldos dudosos, que ayudan a nuestros héroes a enriquecer su paso por el living de millones de ciudadanos.
Como primer acierto, la película cuenta con un magistral uso del maquillaje y trabajo de numerosas prótesis para caracterizar a los actores, y luego, un gran trabajo gestual que las atraviesa y llega al espectador. Realmente conmueve cómo, a través de solo un par de decisiones estéticas, una pieza audiovisual puede tratar la misoginia internalizada, el sexismo, la desigualdad de género y la libertad de expresión limitada que pregonan ciertos sectores, ya sean conservadores o no, de muchas de las religiones; en este caso, el Evangelismo. Las pestañas, los labios, el pelo de la protagonista, son símbolo de su propia persona, abriéndose camino en un mundo de hombres.
La dirección y las actuaciones son fenomenales, y se logra un clima religioso que no molesta a quienes no creen o participan de este tipo de actividades. Esto se debe, también, al uso de humor e ironías que citan la realidad, y el trasfondo de lo que terminó pasando. Se desarrolla lentamente un lado oscuro de los personajes, siendo casi imperceptible para el público, como lo fue en los años en que la fama del matrimonio estaba en su pico y la gente confiaba ciegamente en ellos.
Otro aspecto muy destacable es el buen uso de la dirección de arte. Las épocas van cambiando y, la escenografía, vestuarios, maquillajes, peinados, colores, cambian con ellas de una forma representativa de cada tiempo. Incluso puede verse una simbología a través de ciertas combinaciones de colores, o también intencionalidades de los personajes.
Esta película es hasta educativa en cuestión de la historia técnica de la televisión y su surgimiento en la segunda mitad del siglo XX, su avance hacia el color y el cambio de la forma del aparato en los hogares. Se puede ver cómo se va invirtiendo cada vez más dinero, recursos (humanos, técnicos, económicos, etc.), en hacer un mejor show, que obtendría mejores y más donaciones de un público ciego a sus estafas.
Un último acierto del film es el genial uso de un montaje símil documental, mixto, dinámico, sin atenuaciones, parecido al que vimos en “VICE: más allá del poder” (2018), pero con más elegancia y más indulgente con la protagonista que con su marido. La fotografía es lo “peorcito”, siendo poco interesante, pero es salvada por la edición fuerte y audaz.
Personalmente, me encantó y quiero volver a verla. ¡Excelente plan para este fin de semana!
Por Carole Sang