El negocio de la religión y de los telepredicadores es el tema de Los ojos de Tammy Faye y es apasionante, para los que alguna vez pasamos los sábados a la mañana viendo a Jimmy Swaggart tomándolo en broma (pongan en donde dice Swaggartal Club 700 o a cualquiera de esos santurrones), pero la película no es nada del otro mundo, ni parece tener ideas propias ni una mirada irónica ni nada más allá de que está bien hecha.
La comediante Sarah Silverman dijo alguna vez que los que se burlan de la Cienciología lo hacen porque el líder se llama Ronald y es todo muy contemporáneo. Los pastores de las iglesias evangélicas ni siquiera inventaron una nueva religión, simplemente llevaron ese estilo soliviantado de predicar a las salas de estar o a las cocinas de los espectadores. Tammy Faye fue una de las mejores predicadoras, también fue la esposa de Jim Bakker -también muy famoso en ese ámbito- y ambos elevaron el asunto de predicar desde la televisión a lo más alto de las cumbres del show religioso.
La película arranca en los 50 del siglo pasado, cuando la niña Tammy Faye logra ser tomada en serio por los seguidores del templo donde su madre tocaba el piano por tener un ataque y “hablar en lenguas” (como la chica de El exorcista, ponele). La madre de Tammy creía que su hija se la pasaba actuando, pero los fieles no la conocían tanto a Tammy y se creyeron que la pequeña era una enviada del señor. Años después, Tammy va a conocer a Jim Baker (Andy Garfield) mientras ambos estudian para ser predicadores. La fascinación entre ambos fue instantánea y en poco tiempo salen a recorrer los caminos para predicar, con su estilo impetuoso y con ella, que introduce unos títeres con los cuales pretende fascinar a los niños y que ellos lleven a los padres al templo.
Pero allí aparece entonces el poder de la televisión, se meten como relleno de algunos predicadores que ya estaban, pero el poder de la pareja es asombroso y arrasan. Se meten en el mundo de las iglesias evangélicas predicando la palabra de Dios y tirando postas del tipo: “El señor no quiere a los pobres”.
Lo mejor de Los ojos de Tammy Faye es esta primera hora vertiginosa en la que la pareja asciende y crea un imperio mediático basado en las donaciones de los fieles a su culto. Están en la televisión de Estados Unidos, llegan a tener la cadena PTL Satellite Network y crean incluso una especie de Disneylandia evangélico -recordar que en CABA, supimos tener “Tierra Santa” de la mano del sindicalista del comercio Armando Cavallieri-.
Por supuesto que toda esa montaña de dinero sostenida en la fe de todos sus feligreses terminó derrumbándose y todo se transformó en una enorme estafa. Pero no solamente por las estafas económicas, sino porque Jim además de sostener el matrimonio con Tammy y tener dos hijos con ella, también tenía un secretario con el que tenían una relación bastante.
El centro de la película es Tammy y su espíritu invencible que la lleva a tratar de cambiar ciertos postulados de las iglesias evangélicas a que la pastora hable en vivo, en su show, con un enfermo de SIDA cuando las iglesias en realidad veían a la enfermedad cómo un castigo divino para los “desviados” y la sociedad que los apaña.
Cuando el drama se desata, el relato pierde algo de ritmo pero no importa demasiado, porque la realidad es que es un vehículo para el lucimiento de Jessica Chastain. Desde el primer plano tremendo con el que abre el relato hasta el final, la vemos en distintas fases y décadas. La película es solo para fanáticos de las biopics o de las fábulas sobre el sueño americano. En manos de un director con ideas propias sobre el mundo, seguramente hubiera sido mucho mejor todo.
LOS OJOS DE TAMMY FAYE
The Eyes of Tammy Faye. Estados Unidos, 2021.
Dirección: Michael Showalter. Guion: Abe Sylvia. Intérpretes: Jessica Chastain, Andrew Garfield, Vincent D’Onofrio, Cherry Jones, Sam Jaeger, Fredric Lehne, Gabriel Olds, Chandler Head, Mark Wystrach, Lindsay Ayliffe y Dan Johnson. Música: Theodore Shapiro. Fotografía: Mike Gioulakis. Distribuidora: Disney (Searchlight Pictures). Duración: 126 minutos.