Hay un motivo por el cual acercarse a un cine que proyecte Los ojos de Tammy Faye. No son muchos, y eso que la película tiene dos nominaciones al Oscar que se entrega este domingo 27 de marzo, y es probable que los gane los dos, a Jessica Chastain y al maquillaje y peinado.
Y esa razón valedera es la interpretación de la actriz de La noche más oscura, Misión rescate, It Capítulo dos o la miniserie Secretos de un matrimonio. Que es exagerada, paródica y pasada de rosca, con una tonelada de maquillaje que, de todas maneras, no impide que la gestualidad de Chastain nos llegue como un tifón. Un tsunami.
Ella, junto a Andrew Garfield, que también compite por el Oscar al mejor actor protagónico, pero por la excelente tick, tick… BOOM!, interpretan al matrimonio tele-evangelista Bakker. Dos que predicaron por la televisión, que llegaron a crear una cadena de TV cristiana, la que congregaba a 20 millones de televidentes alrededor del mundo. Y que (auto)forjaron un imperio, que constaba hasta de un parque temático cristiano, más hoteles y restaurantes.
Claro, hubo una malversación de fondos, y por eso la historia de Jim y Tammy Bakker alcanzó la primera pana de los diarios y es una película.
El meteórico ascenso y la caída estrepitosa de figuras mediáticas es carne de película, pero aquí no se trata ni de políticos ni de estrellas de rock. No.
Un exceso
Todo es un tanto excesivo en Los ojos de Tammy Faye, que tiene ese título más que por la luz que irradia la mirada azul de la actriz que la interpreta, porque la historia se sigue desde su punto de vista. ¿Estafadora? El filme plantea más que nada que Tammy fue una víctima.
Pero obvio que participativa, y que hubo muchas más víctimas en el camino.
Excéntricos los dos, pero es la caracterización de la actriz la que está, siempre, al borde de la exasperación.
Las capas de maquillaje irán cambiando, sumándose de acuerdo transcurran los años. Pero es eso, y la actuación de Chastain, lo que los académicos en Hollywood decidieron destacar. No es como Jared Leto en La casa Gucci, que está directamente irreconocible, o Colin Farrell como El Pingüino en la reciente Batman, donde si a uno no le dicen que son ellos, podríamos no saberlo.
Chastain es camaleónica, también a la hora de elegir proyectos, porque suele estar bien en dramas, filmes de terror o ciencia ficción y la pifia en las películas de acción (la última de X-Men, donde era villana, o Agentes 355, para dar dos ejemplos). No vamos a discutir aquí si su labor es mejor que la de Nicole Kidman en Being the Ricardos -otra caracterización exagerada, pero no tanta-, porque no es el lugar, pero consideremos una escena.
Tammy y Jim están en la mansión que ambos supieron conseguir y construir. Y se desata una discusión entre ellos. Allí, cuando ya no falta mucho para que la película termine, la escena se ilumina y nos saca del letargo. A las banalidades y los baches de agua que tenía el guion, la levanta la fiereza de dos actores de raza.
Esa escena tal vez valga el precio de la entrada.
Vincent D’Onofrio está desaprovechado como Jerry Falwell -otro evangelista- y como la madre de Tammy está Cherry Jones (24, The Handmaid’s Tale y Succession, tres series por las que ha ganado el Emmy) que tampoco puede hacer mucho con lo que le tiraron.
El director Michael Showalter, el de Un amor inseparable y Mi nombre es Doris, no apela tanto a la comedia como en los títulos mencionados. Pero la película es l que es, y si no fuera por Jessica, Andrew y los cosméticos bien podríamos pasarle de largo.