Hay momentos claves en la vida de una persona que depende del carácter que tengan, les serán más o menos difíciles de enfrentarlos. Ya sea por temor, falta de confianza en uno mismo o en los demás. También puede ser ignorancia al no saber cómo tratarlas o solucionarlas, y para estos casos se necesita la ayuda de alguien, un consejero, amigo, profesional, etc., como éste hombre que permanece en un bar desde la mañana hasta la noche y utiliza una mesa del fondo, que da a la ventana, como su oficina. A él recurren personas de distintas edades y clases sociales. Cada uno de ellos le cuenta su conflicto, y cómo para cada problema hay una solución el consejero las encuentra escritas por sí mismo en una gruesa agenda.
Paolo Genovese dirige este particular film de modo sencillo y austero, alejado del lenguaje cinematográfico, pero más cercano al teatral. Son nueve los personajes que le piden ayuda al protagonista, alternadamente, a cualquier hora se acercan a su mesa y siempre está disponible. Lo toman cómo la última oportunidad de resolver sus angustias, para lograrlo él les encomienda hacer una tarea muy especial y nada convencional, que es, de algún modo, realizar lo que nunca se atreverían, ello desde una posición más violenta, prohibida o ilegal posible, y si lo concretan se les cumplirá sus sueños más profundos. Los pone a prueba ante sus debilidades, que saquen sus miserias para comprobar si realmente son capaces de todo.
Para la narración no es importante saber cómo llegan a contactarlo, porque nunca se lo ve con un teléfono en sus manos. Tampoco se sabe cómo le pagan por sus servicios, ni siquiera devela al públic, o a sus “clientes”, la metodología de resolverles los inconvenientes.
La película está filmada casi en su totalidad dentro del bar. La cámara sale a la calle en muy contadas ocasiones para mostrar la ubicación del establecimiento y, además, oxigenar un poco el relato que pese a ser reiterativo y monocorde tiene un ritmo constante, resultando atractivo de ver hasta dónde un ser humano es capaz de hacer algo impensado para alcanzar su objetivo.
El asesor siempre está sentado, no se para nunca, come y bebe en los ratos libres, y sino escribe y garabatea en su agenda. Su rostro rara vez expresa una emoción. Ángela (Sabrina Ferilli) es la moza del lugar, y actúa como un espejo, lo hace enfrentarse a su presente y su pasado, pero él parece inmutable, oculta hasta su nombre, que jamás lo pronuncia. Pese a todo, ella es la única que lo hace dudar un poco y sensibilizarlo de una forma apenas perceptible.
Paolo Genovese establece, desde un punto de vista único, una trama que parece un juego de tira y afloje, probando a las personas si son capaces de llegar al límite, enfrentar a sus fantasmas cuando se encuentran en aprietos sin medir las consecuencias, o si todavía pueden tener un rapto de lucidez y cordura, pese a todo.