Los oportunistas, de Paolo Genovese, viene a proponer una continuación del universo de la (recomendadísima) serie The Booth at the End. El director de Perfectos desconocidos, película que cosecha remakes a lo largo y a lo ancho del mundo, vuelve narrar en un espacio limitado haciendo énfasis en los diálogos de sus personajes, logrando un resultado bueno, que se desinfla hacia el final. Ayi Turzi te cuenta por qué.
Un hombre cuyo nombre desconocemos (Valerio Mastandrea), se sienta en la mesa del fondo de un bar llamado The Place (título original de la película). Recibe gente constantemente. Se acercan a él con un pedido y, tras chequear información en un cuaderno de tapas negras lleno de anotaciones, les da una instrucción a seguir para que el pedido se concrete. Instrucciones que, a simple vista, carecen completamente de lógica. Por ejemplo, indica a una anciana que para recuperar a su marido del Alzheimer, deberá confeccionar una bomba y detonarla en un lugar concurrido.
Lo primero que capta la atención es la intriga que generan estas asignaciones. Uno no puede evitar tratar de buscarle alguna lógica, que nunca encuentra. Más adelante, al aparecer nuevos personajes y pedidos, las historias comienzan a cruzarse, pero hasta las resoluciones mantienen cierta ambigüedad. ¿Están esos personajes relacionándose fuera del bar o hablan de otras personas?
Lo importante es lo que no vemos, en dos sentidos. Por un lado, no vemos qué hacen los personajes con sus mandatos. Si los cumplen al pie de la letra, si exageran, si mienten…aunque él, por motivos que desconocemos, sí lo sabe. El halo de misterio sobre este personaje es fundamental para mantener el clima. La propuesta explota la incertidumbre al máximo.
Lo no visto opera también en otro sentido. La acción avanza gracias a los cambios que ocurren dentro de los personajes. Este hombre no les pide pavadas: pide matar niños, violar mujeres, haciendo entrar en crisis los valores de quienes se acercan a él. ¿Cuánto quieren lo que quieren? ¿Qué están dispuestos a hacer para lograr lo que desean? ¿El fin justifica los medios?
No obstante el magnetismo que genera la propuesta, fuertemente apoyada en los morbos personales de cada espectador, ya que como decíamos antes, asistimos a una puesta en crisis de los valores de los personajes, hacia el final de la película la tensión decae. Quizás porque en el fondo esperábamos algo más macabro, tal vez porque el recurso del relato no se amolda del todo bien a la extensión de un largometraje o porque en algunos momentos la película “amaga” con terminar pero tras un fundido continúa, la tensión y el interés se terminan diluyendo. Uno siente que lo preparan todo el tiempo para que pase algo que o no sucede, o no es contundente.
En síntesis, una propuesta interesante, sostenida por la actuación de Mastandrea y la intriga que nos genera saber qué tan hijos de puta pueden ser estos diferentes oportunistas en pos de conseguir lo que quieren, pero que llegando al tercer acto se queda sin fuerza.