Paolo Genovese se interioriza una vez más en las conductas humanas y las consecuencias que producen dichos comportamientos. En su anterior realización, Perfectos desconocidos, que lo catapultó a la fama, analizaba la forma de actuar de un grupo de amigos, un modo de poder conocer a los demás. Reunidos para una cena debían intercambiar los teléfonos celulares para leer en voz alta los mensajes recibidos. Los oportunistas, en cambio, investiga el interior de cada persona, es el “conocerse a uno mismo”. Ambas coinciden en la estructura teatral y en el espacio físico: la primera tenía lugar alrededor de una gran mesa en el living de un departamento; la segunda trascurre en el interior de un bar y más específicamente en una determinada mesa a la que acuden todos los personajes.
El protagonista (Valerio Mastrandea), un hombre enigmático, tiene en el café The Place (título original del film) instalada su oficina de consultor, consejero espiritual y componedor maquiavélico. Mezcla de Dios y Diablo, a él acuden seres en conflicto, algunos desesperados, otros más frívolos. Como un oráculo dará repuestas y soluciones a una clientela variopinta que deberá sortear pruebas de difícil cumplimiento. En un principio son fuertemente resistidas ya que parecen dictadas por Mefistófeles, pero a la larga se resignan e intentan realizarlas.
Está la anciana que debe colocar una bomba en un local público para recuperar a su esposo de un Alzheimer, el padre que con la muerte de una niña salva a su hijo enfermo de cáncer, la joven esposa dispuesta a provocar la infidelidad de otra pareja para recuperar el amor de su marido, la monja que acepta quedar embarazada para retornar al seno de Dios, el ciego que enfrenta la violación de una mujer para recuperar su vista. Semejantes desafíos desnudarán el alma humana, sacarán a relucir el monstruo que esconde cada mortal, el amor y el desamor se harán presentes en historias con desenlaces felices y trágicos.
Una puesta en escena dinámica mediante el uso del plano-contraplano y un montaje ágil y efectivo, es la perfecta contrapartida para un guión donde los actos se relatan sin ser mostrados. De este modo se evita caer en el tedio o en largas exposiciones farragosas. También son importantes las actuaciones, ya que los constantes close-up de los rostros deben reflejar de manera cabal los sentimientos de cada personaje.
Mastandrea luce impertérrito e intransigente ante súplicas y desplantes; la religiosa (Alba Rohrwacher) denota paz y dulzura; la esposa senil (Giulia Lazzarini) oscila entre la ternura y lo enfermizo; el padre (Vinicio Marchioni) se debate entre las dudas y el sufrimiento. En definitiva, Los oportunistas resulta un exacto retrato ácido y corrosivo de la sociedad moderna, en el que el amor al prójimo es un eco lejano que se apaga de a poco.