Paolo Genovese, alma creativa detrás del boom de Perfectos desconocidos, ha decidido profundizar su observación sobre las oscuridades morales de nuestra sociedad desde una perspectiva más solemne que lúdica. Si allí intentaba hilvanar los escombros de las grandes sátiras de la comedia italiana de la edad de oro con algo del cinismo contemporáneo, aquí asume el espíritu fáustico que tanta grandeza le ha dado al cine con el mismo propósito. La cita ya no responde a la invocación que había imaginado el célebre Murnau en su audaz e inolvidable adaptación de Goethe, sino a los mundanos escenarios de una cafetería llamada The Place. Allí sumergido en la música de la rocola y con un café de por medio, un hombre celebra encuentros con diversos asistentes con los que intercambia deseos y anhelos por inquietantes exigencias. Genovese no ofrece demasiada carnadura a ningún personaje, todos responden a un esquema global que deja en claro la alegoría. Los que trascienden esa forma calculada del guion lo consiguen gracias a las interpretaciones: Alba Rohrwacher teje los mejores matices para su monja y Valerio Mastrandrea da a su eco de Mefisto una áspera humanidad. Despojada de toda grandeza fantástica, Los oportunistas se afirma demasiado en la convicción de su propio ingenio y si bien consigue equilibrio narrativo sin destellos de puesta en escena deja entrever demasiado su armado cuanto más anhela sublimarlo.