Los padecientes es un thriller, basado en un best seller, que sólo busca el éxito y nada de lo que hace lo hace bien.
El cine argentino con ansias evidentes de masividad (por producción, marketing, reparto), de un tiempo a esta parte, se está convirtiendo en una vergüenza. Ajena. Porque todos los involucrados siguen apostando a él (aunque a veces los números no los acompañen como esperaban) y aseguran que están haciendo bien su trabajo. Claramente: ciegos que no pueden hacer sino estos engendros.
Los padecientes llega al cine, basado en la novela homónima de Gabriel Rolón (también coguionista y actor del filme), con gran elenco, los productores de éxito, una distribuidora internacional y dirección de Nicolás Tuozzo (Próxima salida, Horizontal/Vertical).
Roberto Vanussi (Luis Machín) fue asesinado y su hija mayor Paula (Eugenia “la China” Suárez) se acerca a un psicoanalista exitoso y gran vendedor de libros, Pablo Rouviot (Benjamín Vicuña), para que sea perito de parte y firme la inimputabilidad de su hermano, Javier (Nicolás Francella) -un joven con evidentes problemas psiquiátricos-, acusado del crimen. Vanussi era un empresario millonario que hizo su fortuna merced a negocios sucios e ilegales (una red de prostitución de lujo) cuyos clientes poderosos lo sostienen y encubren.
Rouviot, mientras juega a ser un detective de macchietta con todo el saber omnisciente al alcance de sus palabras (porque si hay algo que se hace en esta película es hablar y sobreexplicar todo), se involucra con la familia -especialmente con Camila (Angela Torres), la hija menor-, en procura de hallar la verdad que a la larga desanudará un entramado de secretos tan morbosos como previsibles.
A la película no le interesa desarrollar una trama interesante ni personajes complejos y ambiguos ni reflexionar sobre nada. Todo está masticado y predigerido. Y recurre a los clisés y lugares comunes del thriller y del drama familiar tocando” temas importantes” (incesto, abuso, poder y delito, traumas, etc. etc.) y pretendiendo que las escenas sexuales son un signo de adultez cuando en verdad son pura búsqueda de venta de entradas.
Expuesto desde la primera escena quién es culpable (la misma puesta lo “descubre”) del asesinato -porque tampoco importa saber qué paso con ese ser despreciable así descripto desde el comienzo y sin un solo matiz-, el resto es tratar de entender por qué se filmó este producto y no sonreír ante la mayoría de las actuaciones endebles (Osmar Nuñez sale airoso con su oficio, Pablo Rago se defiende y Angela Torres demuestra solidez) o ciertas resoluciones de guion o puestas en escena que sólo buscan demostrar el dinero que se usó. Escenarios grandilocuentes (mansiones, departamentos, clínicas, estudios) que exudan supuesto buen gusto y son cache, música clásica en conciertos en teatros importantes que son una tilinguería, parrafadas de discursos que pretenden ser profundos y literarios -lo que igual sería un error porque es cine y nadie habla como en los libros- y son falsos, artificiales, con una erudición de resumen de Wikipedia e imposibles de decir, menos de actuarlos y muchísimo menos de creerlos para un espectador que se tenga un poco de respeto.
Todo es berreta. Increíble. Insufrible. Sin alma, sin corazón, pero con billetera. El cine argentino que no nos merecemos. Aunque haga millones.