Psicoanalista y detective
El psicoanalista que lleva adelante la trama de Los padecientes funciona como el detective privado de una novela negra. Le ofrecen que ayude en un caso, pero ese caso se transforma luego en algo mucho más complejo que lo supera. Lo que su “clienta” le pide es que evalúe la salud mental de su hermano. El padre de ambos ha sido asesinado y de encontrarse inimputable al joven, todo terminará ahí. Pero no es una sorpresa que el psicoanalista descubre que tal vez haya algo más que eso. La primera parte de la película muestra prolijidad estética, actuaciones algo acartonadas y diálogos poco verosímiles. No es el policial negro un género que se caracterice por el realismo, así que no tiene que ser este conjunto de detalles algo molestos lo que afecte a la película. La falta de humor y falta de chispa en diálogos y situaciones sí que es algo que va volviendo a cada minuto más pesado el relato. No es necesario ser solemne para contar una historia muy dramática. Tampoco es obligatorio serlo, pero cuando el espectador tiene tiempo para pensar en diálogos, verosimilitud y demás elementos de una película, entonces algo no está funcionando.
La pesadez y la solemnidad crecen en la segunda parte del relato. La trama policial no ofrece sorpresa alguna, si hay algo que se puede decir de dicha trama es que es absolutamente previsible. Cuando el drama crece las actuaciones, casi todas ellas, muestras sus limitaciones y pasan de ser acartonadas a ser imposibles. Son los diálogos los que comienzan a tomar un protagonismo que no ayuda. Las frases que dicen los personajes no suenan a cine, son imposibles por lo desubicadas, por lo carentes de autenticidad cinematográfica. Todo empieza a hacer ruido. Entonces los actores, llevados a un esfuerzo más allá de sus posibilidades, deben cargar el peso de un guión poco inspirado como policial y unos diálogos que no ayudan a nadie. Se necesita mucha paciencia y una gran complicidad para hacer caso omiso de todo lo que Los padecientes hace mal. Ni con la mejor buena voluntad se logra sobrellevar la vergüenza ajena no intencional que se produce hacia el final. Las películas no empiezan en el rodaje, empiezan mucho antes, con la realización del guión. Una vez que eso no funciona, no hay director o montajista que pueda hacer algo por salvarlas. Este es un claro ejemplo de ello.