El humor inglés puede no ser inteligente
Lo bueno de los prejuicios y las sobrevaloraciones construidas como reglas inflexibles, es que están hechas para romperse. Hay toda una corriente de espectadores que suponen que si es inglés y cómico, no puede ser menos que inteligente, brillante, ácido, sarcástico, original, creativo. Por ejemplo, andá a decirles que los Monty Python habrán sido muy críticos y subversivos en su discurso, pero que sus películas nunca dejaron de ser televisivas, mera sucesión de chistes pegados con mayor o menor fortuna, pero sin nunca poder conformarse como relato cinematográfico. Andá a explicarles que sí, que The office británica es muy buena, pero que la versión yanqui no sólo que la adaptó acertadamente sino que tuvo la brillantez de darle mayor vuelo a los personajes, desarrollarlos por fuera del cinismo unidireccional que tenían los originales. En este marco donde la comedia británica siempre es celebrada acríticamente, Muerte en un funeral se convirtió en un éxito impensado en la Argentina. Si hasta hay gente que la usa de referencia para negar los valores de la comedia norteamericana actual (que, con sus fallas y desaciertos, es la mejor comedia que se hace en el mundo), cuando en verdad no era más que una repetición camuflada de fórmulas con chistes trillados y un final, vergonzosa e innecesariamente moralista. Por eso quiero reconocer que a pesar de parecerme una película pésima, le agradezco a Los padrinos de la boda el hecho de venir a confirmar que la comedia británica también puede ser espantosa y escasamente graciosa.
También quiero decir que resulta bastante injusto para con los divertidos Monty Python y el genial Rick Gervais que sus nombres queden pegados en un texto junto a Muerte en un funeral o Los padrinos de la boda, que en lo único que se parecen es en que son británicos. Aquí los abandono, y vamos con la boda horrenda esta.
Los padrinos de la boda no es sólo mala por su maldad intrínseca (falta de timing, actuaciones sin gracia, chistes obvios, situaciones vulgares sin un gesto subversivo, personajes intrascendentes, un montaje desprolijo), sino porque además se nota su construcción sobre la base de formatos recientes de comedias exitosas. No sería tanto el problema de su parecido con Muerte en un funeral, ya que estamos ante el mismo guionista, sino que hay aquí un calco vergonzoso de la fórmula (que era ya una fórmula reformulada) de ¿Qué pasó ayer?, y no sólo porque los protagonistas son cuatro y se ven envueltos en situaciones virulentamente grotescas, sino porque además cada uno cumple un rol similar al de aquellos, algo exacerbado en el Graham de Kevin Bishop tan gordito freak, tan parecido al Alan de Zach Galifianakis. Lo peor, además, es que si ¿Qué pasó ayer? (que no me parece ninguna genialidad) tenía que darle una vuelta de tuerca formal a la típica comedia machista de hombres fiesteros, consiguiendo algún tipo de reflexión sobre el subgénero, Los padrinos de la boda está contada como si no hubiera pasado nada en la comedia en los últimos veinte años. La acumulación de elementos (porque esta es una comedia que debería funcionar en el crescendo descontrolado) trae chistes con drogas, vómitos, animales en situaciones escatológicas (que aprendan un poco de los Farrelly che…), mujeres que se alocan, sexo verbalizado, entre muchas otras cosas, pero lo único realmente gracioso aquí es la australiana Rebel Wilson, la obesa hermana de la protagonista, conocida especialmente por su pequeña participación en Damas en guerra. Incluso pareciéndose un poco a la nacional Mi primera boda (que ya se parecía basta a Muerte en un funeral, aunque era un poco más digna), estos padrinos para nada mágicos son un escalón muy bajo de la comedia. Los padrinos de la boda ni siquiera se conforma con ser una mala comedia y ya. No, también se empeña en dejar algún tipo de aprendizaje sobre la amistad y la familia. No causa.