Los papeles de Aspern

Crítica de Henry Drae - Fancinema

QUEMÁ ESAS CARTAS DE UNA VEZ

Pocas veces puedo calificar, y con lo que me resisto a hacerlo, a una película con una sola palabra. En este caso no puedo menos que decir que Los papeles de Aspern me resultó insoportable desde sus primeros minutos. Puede que la clave para que esto suceda haya sido la exasperante sobreactuación de Jonathan Rhys Meyers, que por momentos parece un Derek Zoolander del siglo XIX. Pero no lo responsabilizo en absoluto, ni a él ni a la pobre Joely Richardson, que hace lo que puede con su estereotipado personaje, o a la sólida Vanesa Redgrave que no necesita más que un par de gestos para dotar de intensidad a la escena.

La culpa la tiene el director debutante Julien Landais, que no dota a la historia del ritmo necesario como para que despegue y se transforme en el drama romántico que debió haber sido, o en el thriller erótico y transgresor en el que se pudo haber convertido. Lejos de eso, Los papeles de Aspern es un melodrama cuyo mayor enigma es el recurso menos interesante de la historia de los poetas muertos y por nacer.

Todo comienza cuando Morton Vint (Meyer) visita a la dama de sociedad Juliana Bordereau (Redgrave) quien vive con su sobrina Tina (Richardson) y les pide alquilar parte de su mansión para escribir poesía y cultivar sus descuidados jardines. La dueña de casa acepta luego de pedir una buena suma de dinero, pero desconociendo el real motivo de Vint. El caballero quiere, en realidad, obtener las cartas del poeta fallecido Jeffrey Aspern, que presuntamente están en custodia de la que fuera su amante. Y a partir de allí todo será un escarceo entre Vint y Tina, la cual sucumbe lentamente a sus galanteos pero sin dejar de estar a la sombra de su dominante tía, que prefiere manejar todo desde las sombras y con el mayor recelo.

El problema pasa porque los diálogos son tan rígidos, tan poco orgánicos, tan de obra de teatro de secundaria que pueden hasta resultar divertidos, aunque apenas alcance para una mueca. Y como las situaciones tampoco avanzan ni logran encausar el interés, que no rebasa la obsesión de Vint por obtener esas cartas, todo se hace pastoso y hasta excesivamente extenso a pesar de los 90 minutos que dura el largometraje.

Henry James es uno de los escritores más influyentes de su generación, y gran inspirador de parte de la producción audiovisual desde que se inventara el cine. De hecho ya casi hay una docena de títulos que han sido llevados a la pantalla. Su Otra vuelta de tuerca ha sido adaptada y plagiada hasta el hartazgo con disímiles resultados, pero nunca pasando desapercibida. Claro que puede intuirse que Los papeles de Aspern no tienen ni por asomo el mismo grado de interés de la anterior, pero no sería justo adjudicarle a esta película el mal de la elección de su fuente de inspiración.

En definitiva, sin ánimos de adelantar lo que le deparan a las cartas del pobre Aspern, solo me resta decir que el enigma prometido puede ser todo lo que se imaginen, menos interesante.