Desde los primeros minutos de Los papeles de Aspern, el joven director francés Julien Landais deja en claro que su versión de la nouvelle de Henry James no será convencional. Inspirada en una adaptación teatral y protagonizada por Vanessa Redgrave y Joely Richardson (madre e hija convertidas en tía y sobrina recluidas hace años en una mansión veneciana), la mirada de Landais recrea la obsesión del crítico Morton Vint (un intenso Jonathan Rhys Meyers) con la vida y obra del poeta Jeffrey Aspern (álter ego de lord Byron) desde un atrevido gesto iconoclasta: explorar los secretos que se atesoran en esos misteriosos papeles, testigos del pasado.
Las flores que Vint cultiva y regala a la anciana musa y amante del poeta, el sinuoso cortejo a su sobrina, los recovecos de esa casona señorial en la que habita con ellas, son los mejores peldaños de esa obsesión, y los momentos que la cámara de Landais registra con más vuelo. Sin embargo, las imágenes del pasado, teñidas de un aire kitsch y una estética publicitaria, se convierten en intrusas que confinan la tensa ambigüedad de James a la más evidente literalidad.
"¿Cree que es correcto desenterrar el pasado?", inquiere la anciana. "¿Cómo podemos llegar al pasado si no desenterramos un poco?, contesta Vint, insolente. Ese gesto de atrevimiento es el que reserva Landais para su película, aún con sus desparejos resultados.