¿Qué hubiera pasado con The Party o la saga de La pistola desnuda si la primera hora de metraje no hubiera incluido más que un mísero buen chiste, más que apenas un gag relativamente certero? O vengamos más acá en el tiempo. ¿Qué hubiera sucedido con las dos primeras partes de esta historia de la familia Focker si De Niro y Stiller no hubiesen jugado más que uno o dos buenos momentos en más de 90 minutos de relato?
Los pequeños Fockers, tercera entrega de esta saga familiar con toque bizarro (o desopilante, como dirá alguna comentarista desde la fila ocho del cine) es lo más parecido a la agonía de una idea, al cierre malogrado de lo que supo tener una porción de gloria bien lograda pero se despide con una jubilación mediocre y desganada.
El relato, pese a lo que adelanta el título, no se centra en los hijos de la familia Focker, sino, una vez más, en la relación entre los personajes de Stiller y De Niro, que siguen con el ya remanido cortocircuito, pero sin los gags luminosos que jugaron en los films anteriores, a la vez que refritando el conflicto, sin gracia, como haciendo de cuenta que se pelean, como jugando a que recrean a los personajes, hoy lejos de la chispa de entonces.
La estructura de la película pone el foco en los achaques del ex agente de inteligencia (De Niro) y en cómo el enfermero de clase media (Stiller) intenta congraciarse con su suegro y, claro, sin que le salga una sola bien. Lo de siempre.
Hasta lo bueno esta gastado, ya que una de las ideas fuerza a las que apuesta el guión, a la vez que la única que depara un momento rescatable, apela al chiste ya un tanto anaftalinado de la pastilla para lograr potencia sexual. Sí señor, usted podrá ver al viejo Bob con una erección.
Por otro lado, y quizá como forma de acompañar al fallido regreso de la pareja protagonista, el resto de los personajes parecen confabulados en no hacer reir, aunque aquí hay que disparar los cañones contra la dupla guionista, que no pudo ni siquiera acercarse a igualar la efectividad de los dos films precedentes. También, por supuesto, va algún pastelazo contra Payul Weitz (American Pie), que en la dirección luce rutinario, aburrido por el encargo, poco convencido de que lo que tiene entre manos es un potencial tanque humorístico.
Ni siquiera la presencia de Dustin Hoffman y Barbra Streisand (lo mejor de la película pese a sus breves participaciones) logra reflotar un salvavidas de plomo para una saga que probablemente quede en trilogía con final infeliz. Lo mismo sucede con Owen Wilson, recuperado para la historia aunque sin peso en el resultado final. Todo (todo) un gran, enorme y ominoso desatino.