La balada de Jack y Greg
Y finalmente ocurrió: Los fockers se hicieron franquicia. Tercera parte de la ¿saga? iniciada en el 2000, Los pequeños Fockers (Little Fockers, 2010) es una comedia sin un eje claro que naufraga entre la corrección y la medianía. Si hasta Ben Stiller está atado...
La historia transcurre ocho años después de que Greg Focker (Ben Stiller) y Pam (Teri Polo) dieran el sí. Con mellizos y una inminente mudanza a cuestas, Jack (Robert de Niro) sigue alerta ante los movimientos de su yerno, a quien tiene entre ojos por un posible affair con la bonita empresaria farmacéutica Andi García (Jessica Alba). Todo estallará cuando el clan se reúna nuevamente para celebrar el primer lustro de los pequeños Fockers.
Tanto La familia de mi novia (Meet the Parents, 2000) como La familia de mi esposo (Meet the Fockers, 2004) se apoyaban principalmente en la dicotómica relación entre una pareja de personajes. Así como en la primera era el duelo constante entre el veterano exagente de la CIA y el buenudo del futuro marido de la hija, en la segunda era la irrupción de los padres de éste, cuya relación oscilaba constantemente entre una conexión metafísica y el amor como acto primigenio (la exteriorización constante del deseo sexual es una característica sine qua nonde la Nueva Comedia Americana).
Por eso era fundamental tándems actorales que hicieran gala de aquello a la vez tan inaprensible pero visible y notorio que es la química en pantalla. Robert de Niro redescubriéndose como comediante y un Ben Stiller elevando hasta el paroxismo la extraordinaria capacidad de sus criaturas para estar en el lugar inoportuno al momento menos indicado hacían de La familia de mi novia una comedia clásica y previsible, pero a la vez fresca y redondita. Aún se recuerda la profunda incomodidad de ambos personajes en cada plano.
Algo más desparejo fue el resultado de La familia de mi esposo. La historia original reescrita a la inversa (el encuentro de ambas parejas progenitoras) y situaciones demasiado artificiales dejaron atrás la incomodidad seminal, pero la película respiraba con la incorporación del flamante pareja Dustin Hoffman - Barbra Streisand como padres de Greg y la feliz idea de acentuar la escatología en varias escenas rumbeándolas al sello Farrelly (inevitable recordar a Jim Carrey amamatándose en Irene, yo y mi otro yo cuando de Niro hace lo propio con su nieto).
Y así llegamos hasta esta tercera parte con el neoyorquino Paul Weitz reemplazando a Jay Roach –ahora productor- en el sillón de director. Ya ese cambio era indicio del posible nuevo rumbo de la saga. Bien lejos de la catalogación de mal director, Weitz es un cineasta ajeno no a la construcción de comedias (American Dreamz es una gran comedia) sino al cosmos de la Nueva Comedia Americana. Quizá allí esté el origen del intento de corrección y moraleja final chirriante felizmente ausente de las anteriores películas, ubicando a Los pequeños Fockers más cerca del tono reflexivo de la mucho mejor Un gran Chico (About a boy, 2002) que de la festividad y la mencionada escatología de sus entregas previas.
Pero falla también la clave dualística. Aquí no “enfrentamientos” que procedan a los recapitulados un par de párrafos más arriba. Jack y Greg siguen peleando, sí, pero con el amesetamiento propio del paso del tiempo en conjunto, sin el efecto “sorpresa” de las dos películas anteriores. Los pequeños Fockers es como la vida misma: da la sensación que con el aumento del conocimiento las peleas yerno-suegro son más por hábito que por razones atadas a la coyuntura emocional. Por eso Jack enarbola teorías conspirativas a raíz del acto tan cotidiano de una bolsa de medicamentos en la valija de un enfermero, por eso la propuesta de continuar el legado familiar a su yerno es menos una novedad que otro eslabón más en una larga cadena de tumultos.
Y allá también Owen Wilson pululando como banquero espiritista. Gracioso en su primera, segunda y hasta tercera intervención, el loop y falta de dimensionamiento lo deslucen. Es el fiel reflejo de una saga que, lamentablemente, asentó cabeza en la monotonía de la rutina.