Esta tercera entrega, irremediablemente innecesaria, de la saga familiar en donde Jack Byrnes (Robert De Niro) es el suegro de Gaylord Focker (Ben Stiller), engaña al espectador ya desde el titulo, que haciendo referencia a la descendencia nunca instala tal alusión. La historia no se centra nunca en ese par de mellizos hijos del matrimonio joven.
La historia comienza varios años después de la segunda parte. Los chicos están grandes y el enfermero es jefe en el hospital, esto esta armado como para ponernos en situación de lugar y carece de toda importancia, podría haber renunciado a su profesión, podría haber estudiado medicina o podría ser publicista, da lo mismo, sólo rellena minutos como para ser estrenada y recaudar dinero apoyándose en el éxito de las dos anteriores.
Tal el fin de esta producción cinematográfica, sólo eso.
A este descalabro hay que agregarle que todo vuelve a girar en torno a la relación discordante, conocida y a esta altura aburrida, entre esos dos personajes.
Si bien desde un principio la saga se instalaba dentro del cine de género, comedia pasatista, tenia como plus la construcción de los personajes, muy bien interpretados por un gran actor, y otro muy buen actor.
Los demás acompañaban adecuadamente. La segunda parte de esta, esperemos que termine en trilogía, tenia como plus a su favor el que se añadan otros personajes, los padres de Ben Stiller, grandes personajes interpretados maravillosamente por Barbra Streisand y Dustin Hoffman.
Ahora se agregan más, con otros grandes actores, desperdiciados, ya sea por falta de ideas inclusivas, de guión, de diálogos, de construcción de los mismos, o por que su inclusión peca por falta de peso narrativo, como ejemplo vale el personaje interpretado por el gran Harvey Keitel, que es un contratista de la construcción, su personaje aparece sin justificación y desaparece sin pena ni gloria.
Durante los 90 minutos que dura el filme no hay ningún escena que mueva ni siquiera a una sonrisa, será por lo trillado, lo previsible o lo mal ejecutado, tal el caso como cuando quieren, o intentan, tener un giro a un humor escatológico y termina siendo vulgar y chabacano.
No hay sorpresas de ninguna naturaleza y perdió no sólo el rumbo de la comedia de producción sino también la frescura de sus predecesoras.
A esta altura de lo dicho no es posible dejar pasar por alto, valga la redundancia, unos guiños musicales en escenas típicas, de puja de poder entre suegro y yerno, con la música del film “El Padrino” (1972) y otra escena donde la música del “Tiburón” (1975) genera un leve mueca, que no llega a ser una sonrisa.