Por un momento creí que podría pasarla bien con Los pequeños Fockers. Error. Grave error. Ya con la franquicia instalada y consolidada para los espectadores, recurrir a una nueva entrega poniendo en foco a los hijos, no parecía una mala idea. En los papeles podía funcionar: un gran elenco, uno de los directores de Un gran chico detrás, y dos entregas previsibles pero no abominables como precedente. Sin embargo, no. No hay nada, pero absolutamente nada que la rescate del oprobio. El cúmulo de calificativos negativos a la hora de resumir “qué tal está Los pequeños Fockers” es abrumador. Apenas algunos: de pequeños Fockers tiene poco y nada porque los chicos son apenas más que accesorios como lo pueden ser el pavo, el gato o Jessica Alba, es decir, ni siquiera se le da un giro a la trama habitual, pero se plantea la idea de que podría ofrecer algo diferente, puro marketing caza bobos. Nuevamente el centro son el yerno y su suegro en una batalla ridícula, torpe, insípida y nada creativa sobre el supuesto “control” de la familia, una idiotez supina. Se siguen haciendo los mismos chistes que se hacían en las anteriores películas acerca del apellido, del nombre, del sexo. Plantea situaciones inverosímiles hasta para su propio universo. Escena tras escena se suceden sin siquiera una lógica interna. Los actores están en piloto automático, cuando no con un notorio desgano. La referencia a El padrino es insultante y repetida hasta el hartazgo. La de Tiburón mejor ni la describo. Los pequeños Fockers no divierte. No entretiene. No propone una idea detrás de los planos pegados con cinta scotch. Nada. La nada misma. Una soberana e insuperable porquería.