Tanto en La familia de mi novia como en Los Fockers lo que se ponía en crisis era precisamente el discurso patriarcal del abuelo Jack Byrnes. Aquí, en cambio, lo que sí se pone en cuestionamiento es la virilidad de don Byrnes.
Los pequeños Fockers está escrita, dirigida y actuada con tanta flojera que ni ganas dan de ponerse a pensarla o, siquiera, escribir algo sobre ella. Es floja, ni siquiera mala. En ese sentido, cumple negativamente con una de sus premisas: ser una comedia de verano. El verano, ese momento del año cuando el calor se filtra por las grietas del cerebro e impide hasta el razonamiento. Pero Los pequeños Fockers, que debería aprovechar ese estadio de la mente para asestar golpes de humor veloz y efectivos, se complota con el calor para abombar al espectador y dejarlo impávido y sin reacción. Cuando termina, uno se pregunta: ¿hubo acá una película? Luego se levanta y se va de la sala, tal vez a tomarse un helado.
Tercera parte de la saga que comenzó con La familia de mi novia, lo más evidente en este caso es que no hay nada nuevo por contar. La saga se agotó. Si la segunda parte le buscó la vuelta por el lado del choque de culturas que representaban los Byrnes y los Fockers, y salía ganando gracias a su progresismo pre Obama, aquí el cumpleaños de los mellizos hijos de Ben Stiller debería potenciar la crisis en la relación entre yerno Greg y suegro Jack. Sin embargo el director Paul Weitz (que algunas vez dirigió una joya como Un gran chico) carece de la efectividad de Jay Roach (director de las dos primeras partes) para construir gags y además narra desde una confusión ideológica tal, que pretende poner en ridículo al abuelo fascista (De Niro) para luego congraciarse con él para luego burlarse nuevamente.
El problema básico del film es el siguiente: tanto en La familia de mi novia como en Los Fockers lo que se ponía en crisis era precisamente el discurso patriarcal del abuelo Jack Byrnes. Y se lo hacía poniendo atención en la ridiculez del mundo que sostenía: se sabe, la risa es la mejor forma de exorcizar el horror. Aquí el discurso nunca es puesto en duda y lo que sí se pone en cuestionamiento es la virilidad de don Byrnes, a partir de chistes sobre erecciones y demás. Es decir, en vez de reírnos porque el abuelo es un fascista estúpido, nos reímos porque no se le para. Y en esa vuelta del discurso no sólo hay ausencia de política, sino que además hay un punto de vista machista autocelebratorio.
Si bien muchos incluyen a La familia de mi novia dentro del mapa de la Nueva Comedia Americana, lo cierto es que el film nunca perteneció a este grupo. Por el contrario, fue siempre el ejemplo más efectivo de eso que representa Ben Stiller: una trayectoria zigzagueante entre la comedia mainstream y la más subversiva. Stiller, comediante emblema de su generación (internacionalmente funciona mejor que Adam Sandler), pisa aquí en falso tal vez por primera vez dentro de su propio territorio. Con escasos momentos de real comicidad, con una preocupante falta de conflicto real y con una mirada indulgente hacia el discurso machista (lo que incluye una poco feliz participación de Jessica Alba), por más que el personaje de Dustin Hoffman diga sobre el final que no hay que tenerle miedo a los pedos, los eructos y los mocos, y que esto suponga una declaración de principios, lo cierto es que eso se queda en nada más que un gesto para la platea.
Si la platea aplaude, es otro tema y no es culpa de Los pequeños Fockers. Es que a semejante tontería ni siquiera la podemos hacer cargo de tremendas atrocidades.