Pequeños burgueses conservadores
Estaba viendo el último jueves Los pequeños Fockers en una función comercial en el Abasto de Buenos Aires. Sala llena, el público festejando cada chiste. Tenía a un par de asientos a unas chicas bastante jóvenes, de unos veinte años. Llega toda una secuencia donde los conflictos entre los personajes de Ben Stiller y Robert De Niro sobre la conducción de la familia, la fidelidad y la responsabilidad terminan por estallar. Stiller se queda solo en la casa que estaba mandando acondicionar para el cumpleaños de sus hijos, cuando le aparece en la puerta el personaje de Jessica Alba -con quien había entablado una amistad circunstancial a partir de un vínculo laboral-, con una botella de vino en una mano y una bolsa repleta de comida china en la otra, dispuesta a charlar un poco, toda muy simpática, linda, adorable (bueno, lo que pasa es que Jessica Alba es simpática, linda, adorable ¿no les parece?). En ese instante, una de las chicas murmura “puta…”. Pero mirá vos, ésta sí que no la sabía: si sos una mina que se presenta en la casa de un tipo con comida y una botella de vino, calificás inmediatamente como puta. La que tampoco sabía es que muchas mujeres un poco menores que yo son tan machistas y conservadoras como podrían serlo viejos de ochenta años. Lo que se dice una generación progresista, liberal, con nuevos valores.
Lo peor es que el filme le da luego la razón a estas dos espectadoras (¿y a toda la sala quizás?) cuando Alba se le tira encima a Stiller, sin razón aparente previa, sin que haya una construcción que permitiera anticipar y justificar sus acciones. Ése es el problema principal de la tercera parte de la saga, en la que el cumpleaños de los niños es apenas una excusa para acumular chiste tras chiste condimentados con una buena dosis de ideología conservadora.
No sería tan problemático ese mecanismo de acumulación ideológica y chistosa, sino fuera porque en el medio los personajes pasan a ser, en el mejor de los casos, meros transportes de tesis sobre la institución familiar. Eso ocurre con el personaje de Alba, que sirve para hablar sobre la fidelidad y ciertas malas actitudes femeninas (¡puuuutaaaa!!!), cuyos cambios de actitud son incomprensibles y que desaparece súbitamente de la historia apenas cumplió su “propósito”. Lo mismo se puede decir del Dr. Bob, al que se lo usa para hablar nuevamente de la fidelidad y los deberes del hombre para la Familia. Barbra Streisand y Dustin Hoffman sólo parecen estar de relleno y en cuanto a Harvey Keitel, no se sabe para qué demonios está: pareciera que integra el reparto simplemente para que algún espectador diga “¡uy, ese es Harvey Keitel!”.
Hasta Stiller y De Niro la ligan bastante. En especial el segundo, cuyo personaje a esta altura es bastante insoportable: su paranoia lo lleva a actitudes nefastas, que luego son rápidamente olvidadas en pos de la armonía familiar y un absoluto acuerdo con sus planteos machistas y retrógrados. Si en las dos primeras partes (en especial la primera entrega) hasta realizaba un camino por el cual comprendía su entorno y comprendía que sus actitudes estaban equivocadas, aquí la comprensión no es tal, pues es sólo un disfraz que encubre (sin mucha efectividad) el aval a su pensamiento, según el cual el hombre es el rey del hogar, el que comanda el destino de la familia, sin oposición de nadie más.
El pobre de Stiller se ve obligado a seguirle la corriente a esto y sólo durante sus encontronazos con el personaje de Owen Wilson aparece ese gran actor que supo realizar un inteligente trabajo sobre la incomodidad y la necesidad de estallar de una vez por todas, en filmes como Loco por Mary, Zoolander e incluso La familia de mi novia. Evidentemente, con Wilson se conocen, y la química es mucha, con lo que logran los momentos más cómicos e interesantes. Si Los pequeños Fockers no termina ofendiendo gravemente, es gracias a ellos.
Con severos problemas en el montaje narrativo, apelando a chistes escatológicos y sexuales que rara vez funcionan (a la vez que nunca se muestra una parte íntima o un acto sexual), Los pequeños Fockers muestra un agotamiento definitivo de la saga Focker, a nivel formal, narrativo y de contenido. Y es un punto en contra muy grande para Paul Weitz, un director irregular, quien entre American Pie, Un gran chico, En buena compañía, Muriendo por un sueño, El aprendiz de vampiro y esta cinta no termina de consolidarse y sólo por momentos asoma algún rastro de personalidad. Aún así, sigue conectándose con un público muy amplio, lo que nos hace pensar si el público evolucionó como se suponía en su mirada sobre el mundo, o si en verdad sigue apoyando el status quo.