Interesante enfoque sobre consecuencias de las dictaduras militares
Los resabios que dejaron las últimas dictaduras en Sudamérica siguen produciendo coletazos. Todavía, después de tantos años de democracia, las heridas son difíciles de cerrar y siempre hay un motivo, una anécdota o una historia para contar.
Con la idea de observar una vez más tan trágicos hechos que afectaron a millones de personas, la directora chilena Marcela Said tomó cartas en el asunto y realizó esta película en su tierra natal desde un singular punto de vista.
Todo el relato giro en torno a Mariana (Antonia Zegers), una mujer de la clase alta trasandina, casada con el argentino Pedro (Rafael Spregelburd), que realiza un tratamiento de fertilización asistida de la que ella no está totalmente convencida, porque su marido le resulta distante y se siente atraída por su instructor de equitación, Juan (Alfredo Castro), bastante mayor que ella.
Pese a lo conservadora que es la sociedad chilena, Mariana desoye a su adinerado padre, no le hace caso al médico, va en contra de la corriente sembrando sencillez, alegría, una pizca de sensualidad, y determinación ante cada acción, sin importarle el qué dirán.
El film no sólo cuenta lo que hace la protagonista, que en realidad es una excusa, sino lo que busca la directora es reavivar las causas pendientes que tienen los ex militares de su país, darles una identidad y un pasado, para que luego sean juzgados por la sociedad.
El punto oscuro, la intriga que le genera a la protagonista, es su instructor, quien fue militar durante la dictadura y se encuentra procesado a la espera de lo que determine la justicia. Pero ella le cree, no le importa lo que hizo anteriormente, porque con él la pasa bien durante las clases de equitación y los momentos posteriores. No lo juzga, lo acepta tal cual es.
El presente y el pasado conviven durante en esta historia. La relación clandestina que mantienen Mariana y Juan resulta tan atractiva como la investigación que realiza ella para averiguar cuál es la verdad acerca de su amante.
Los diálogos que mantienen son los justos y necesarios para que el relato avance sin inconvenientes. El ritmo que tiene se lo da la protagonista que es inquieta, siempre está en movimiento y nunca se conforma con nada.
Como siempre se da en estos casos hay gente que continúa estando a favor de los militares, otros que están en contra, y algunos son indiferentes porque prefieren no involucrarse demasiado.
Queda en la conciencia del espectador tomar partido por alguna de estas posiciones.