Los perros

Crítica de Fernando Sandro - Alta Peli

La rubia tarada.

Mariana (Antonia Zegers), tiene más de cuarenta años, es hija de un poderoso empresario que la subestima, está casada con un arquitecto argentino (Rafael Spregelburd) que prefiere trabajar antes que prestarle atención a ella, regentea una galería de arte, y se somete a un tratamiento para quedar embarazada.

Como su vida es bastante aburrida y desabrida de atención externa, ocupa otro poco de tiempo libre tomando clases de equitación. Su profesor es Juan (Alfredo Castro), quien tiene un pasado como ex coronel durante la época de la dictadura pinochetista.

Como el afecto no es algo que sobre en la vida de Mariana, comienza a fijarse en Juan, con quien desarrolla una especie de relación que tampoco es sana, casi de devoción y sometimiento.

Un buen día al coronel lo buscan por su participación en la desaparición de personas, y Mariana comienza a abrir los ojos… si es que no los tenía abiertos de antes pero hacía la vista gorda.

Mariana es burguesa y lleva una vida vacía, y la directora Marcela Said la expone lo más que puede de ese modo; es un personaje con el que cuesta crear empatía alguna.

A partir de ese hecho, comenzará una escalada que llevará a descubrir que su propia familia se enriqueció económicamente durante esos años, y no precisamente en negocios apartados al gobierno de facto.

Somos cómplices los dos:
Los perros es el segundo largometraje de ficción de Marcela Said (El verano de los peces voladores), pero antes de dedicarse a la ficción encaró un documental titulado El mocito, en el que sutilmente narraba los horrores de la detención de personas durante el gobierno de Pinochet, mediante la figura de un militar que tenía la tarea de servir café en las sesiones de tortura. O sea, era un observador.

Mariana también es una observadora, pero a diferencia de aquel documental, esta vez Said no se anduvo con tantas sutilezas.

En algún punto, esta mujer nos hace recordar a la Alicia de Norma Aleandro en La historia oficial, pero a diferencia de aquella, Mariana no inspira ninguna compasión, ella misma es cómplice desde el silencio.

A diferencia del argentino, el cine chileno no tiene una gran trayectoria en revisar la historia de esos años. Desde ese punto, Los perros es un film valiente, sobre todo por su punto de vista. No juzga tanto a los militares (que está claro su actitud es condenable) como a los civiles que participaron de la dictadura aunque sea apoyándola.

Pero en ese afán por querer tratar un tema delicado y poco tratado, recae en alegorías y metáforas algo obvias y previsibles.

Las características de la personalidad de Mariana están remarcadas casi al borde del cliché, como si el chiste ese del agua oxigenada penetrando en el cerebro de las rubias fuese cierto. Todo lo que gira alrededor de ella termina sirviendo para el mensaje que la directora pretende dejar. Mariana es una clase social, un sector de la sociedad, y no hay medias tintas ni titubeos en dejar en claro cómo son.

La fotografía de Georges Lechaptois capta momentos interesantes en planos amplios, como si ciertas tomas fuesen una escena en sí misma.

Antonia Zegers se carga un protagónico difícil y sale correcta del desafío. Mariana pasará por varios vaivenes y Zegers nunca desentona. El resto del elenco, con Castro a la cabeza, acompañan con convicción.

También habrá que remarcar que Said mantiene siempre un ritmo parejo y atractivo, no tiene grandes momentos dispersos, y es clara en su propósito (aunque en determinados momentos le juego en contra).

Conclusión:
Los perros indaga sobre una parte de las dictaduras latinoamericanas a la que durante varios años se prefirió mantener oculta; más aún dentro del cine chileno. Las interpretaciones, su ritmo, y su potente fotografía, apuntalan algunas flaquezas en los remarcados y excesos de alegorías. ¿Mirar y dejar pasar es tan grave como cometer? Ese es el quid de la cuestión.