Cómo exprimir una franquicia
Después de haber participado como hilarantes personajes secundarios en las tres entregas de la franquicia de Madagascar (2005, 2008, 2012) y antes de que llegue la cuarta (2018), los pingüinos consiguieron su spinoff con resultados apenas aceptables.
Sí, el despliegue visual, las escenas de acción con ritmo frenético tienen su espectacularidad y ciertas dosis de gracia, pero en un mercado de animación que nos ha regalado en los últimos meses joyas como La gran aventura LEGO, Grandes héroes o Cómo entrenar a tu dragón 2, este film codirigido por el veterano de la saga Eric Darnell y el novato Simon J. Smith (Bee movie, la historia de una abeja) resulta una suerte de sub-Looney Tunes con un impecable acabado técnico.
El film tiene una primera secuencia en la que se describe el pasado (el origen) del cuarteto integrado por Skipper, Kowalski, Rico y el pequeño Private. Tras ese arranque (muy en la línea de Happy Feet), todo deriva hacia una típica trama de enredos de espionaje. Los protagonistas deberán enfrentar al Dr. Octavius Brine, un despiadado científico experto en genética que comanda un ejército de pulpos que se dedica a secuestrar pingüinos y convertirlos en mutantes. El malvado, claro, quiere vengarse de las queribles criaturas negriblancas porque, dice, les han robado a los pulpos todo el brillo y la popularidad en el zoológico del Central Park y en los distintos parques marinos. Para completar la operación –no demasiado creativa ni ingeniosa– aparecen también en escena unos agentes a-la-Bond.
De todas maneras, aun con la sensación de ser un productor algo mecánico, construido con el piloto automático de la siempre eficiente maquinaria hollywoodense en la materia, Los pingüinos de Madagascar seguramente alcanzarán a cubrir las expectativas de los espectadores más pequeños. Aunque, claro, no quedarán en la historia grande de la animación moderna.