Unos pingüinos le roban la película a desaforado Carrey
Jim Carrey acaba de inventar un nuevo subgénero de la comedia boba, el de los gags escatológicos con pingüinos que hacen sus necesidades en los lugares menos indicados y hasta hacen surf en el inodoro. El histrionismo desencadenado del actor de «Tonto y Retonto» y «The Truman Show» puede ser un problema para los espectadores adultos que lleven a sus chicos a ver «Los pingüinos de papá», pero las aves animadas digitalmente en la mayoría de las tomas (también hay algunos pingüinos auténticos muy bien adiestrados), sin duda tienen más gracia que los intérpretes humanos y son lo suficientemente buenos comediantes para hacer reír a toda la familia.
Más allá de lo graciosas que puedan ser las aves protagónicas, la trama, basada en un libro infantil de la década de 1930 probablemente adaptado con poca fidelidad, no ayuda demasiado. Carrey es un frío y bastante desalmado hombre de negocios, divorciado y con una pésima relación con sus hijos (especialmente la adolescente Madeline Carroll, que directamente no lo aguanta) y que por otro lado nunca tuvo nada parecido a una relación seria con su propio padre, quien de repente le deja como herencia una bandada de pingüinos que le desorganizan completamente la vida, pero que como es de prever, terminan humanizándolo y volviéndolo un personaje encantador.
Es dificil saber si Carrey es más insoportable cuando es frío y cerebral o cuando se vuelve simpatiquísimo gracias a los pingüinos. Pero hay que reconocer que las escenas con los pajarracos están muy bien filmadas, especialmente en todo lo que tiene que ver con la elaboración de los gags, que no por elementales son menos eficaces a la hora de hacer reír y mantener entretenido un buen rato al público infantil, lo que los padres apreciarán especialmente en estas vacaciones de invierno.