Carrey lucha con intrusos en su familia
Con el indiscutido sello del actor, este film bien de vacaciones narra las peripecias de un padre con estos simpáticos animales.
Jim Carrey es de esos actores que generan la inmediata simpatía o el rechazo casi físico cada vez que aparece en pantalla. En el actor canadiense conviven sin aparente contradicción un innegable timing para la comedia, la sobreactuación, el olfato para elegir los proyectos, la ambición de que puede (y sí, puede) oscilar entre interpretaciones dramáticas y también mantener su popularidad a través de su participación en películas infantiles sin mayor ambición que el entretenimiento.
Este es el caso de Los pingüinos de papá, un film plano, predecible y de manual, que sin embargo cumple con su objetivo de ser un relato digno, que cumple con su objetivo de traccionar familias al cine sin que ninguno de los integrantes se sienta estafado.
Mr. Popper (Jim Carrey) trabaja obsesivamente como vendedor inmobiliario y está en busca de un lugar en la mesa directiva de su empresa. En el camino, su ambición desmedida hizo que su matrimonio fracasara y que tenga una relación distante con sus hijos, repitiendo la historia de su infancia, cuando raramente veía a su padre, un científico que siempre estaba embarcado en alguna aventura en alguna parte del mundo.
Toda esto funciona como prólogo de lo que vendrá, esto es, un grupo de pingüinos que se hace presente, gracias a la magia de un guión que fuerza el verosímil, en el lujoso penthouse de Popper. Al protagonista, por supuesto, le complican la vida, obviamente los animales deben salir urgente del departamento, pero aun así lo acercan a su familia. Son definitivamente adorables y van a encauzar su vida para hacerlo mejor y más humano.
Muy lejos de comedias feroces como Irene yo y mi otro yo o El insoportable y en el otro extremo de historias adultas como Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y El Majestic, Carrey trabaja en un registro similar al de Mentiroso, mentiroso –en cuanto a la relación con los hijos y las obligaciones del mundo adulto que impiden construir un legado–, aunque la dirección de Mark Waters (Los fantasmas de mi ex, Chicas pesadas, Un viernes de locos) mantiene a raya el histrionismo siempre desbordante del protagonista.
En suma, la película tiene las apelaciones esperables a la importancia de los vínculos familiares y la dosis de morisquetas y humor físico que aporta Carrey, elementos suficientes para que la película sea una alternativa digna de tener en cuenta en estas vacaciones de invierno.