Lo obvio y lo obtuso
Con una familia en crisis, Tom Popper parece estar destinado a repetir los mismos errores de su padre: promesas incumplidas, ausencias permanentes, etc. Muerto su padre, Tom se entera de que ha recibido como herencia una extraña caja como souvenir de uno de los famosos viajes por el ártico: un grupo de pingüinos. La convivencia con las pequeñas aves acuáticas en un principio se torna imposible, pero finalmente termina aleccionando al propio Tom, quien consigue reencontrarse con su familia.
Pese a que Los pingüinos de papá consigue algunos momentos (escasísimos) de comicidad, no llega a resultar un producto convincente o interesante, ni siquiera teniendo en cuenta el target infantil al que está dirigido. Las causas de estos defectos son diversas: la vulnerabilidad estructural del relato; el diseño de situaciones cómicas excesivamente mecánicas y previsibles, y hasta la desbordada comicidad gestual de Carrey.
En cuanto a los problemas estructurales del film podemos señalar dos grandes aspectos: por un lado la inconsistencia en el desarrollo del conflicto y por otro la poca sustancia de los desenlaces tanto de los conflictos principales como secundarios. Si bien el relato comienza con la exposición de la crisis familiar de Tom (Jim Carrey), heredada de su propio vínculo fallido con el padre, ésta comienza a desdibujarse con la incorporación de los pingüinos a la dinámica familiar, una especie de resolución mágica a problemas emocionales profundos. Es decir, que se desequilibra permanentemente la relación, ya de por sí delicada, entre los dos conflictos que se pretenden coordinar: Tom y los pingüinos; Tom y su familia.
A la inconsistencia del conflicto principal, se agregan otros de orden secundario como los inconvenientes con el vecino y con el guardián del zoológico. En el primer caso, el conflicto queda inconcluso y en el segundo se dilata tanto el enfrentamiento que cuando reaparece hacia el último tramo de la película pierde toda su potencialidad. Esto se debe probablemente a la acumulación innecesaria de incidentes menores (con los jefes de la empresa, con la dueña del restaurante) que estorban el desarrollo natural de un relato que hubiera sacado más réditos de la sencillez de los recursos narrativos que de una abundancia artificial y extremadamente desarticulada.
El segundo aspecto problemático lo constituye el desenlace excesivamente artificial que termina por destruir toda posible dramaticidad, y que se origina a partir de la aparición de la carta perdida del padre de Tom hacia el último tramo del film. Es decir, que el conflicto que justifica toda la película es resuelto finalmente con la aparición casual de un objeto que ha estado fuera de la trama en un noventa por ciento.
Se sostendrá que es un film para niños y que dada esa dirección sería posible condonar ciertas licencias formales. Respondo a esa apreciación con dos argumentos contrarios: si la idea fue motivar la risa de los niños, no creo que el empleo de pingüinos haya sido la mejor decisión dada la inexpresividad facial de este tipo de aves que las torna absolutamente inadecuadas en las situaciones cómicas, las cuales quedan siempre a cargo de Jim Carrey. Más eficaz, probablemente, hubiese sido la utilización de mamíferos (osos, tigres, leones, etc.). La única justificación –al menos desde el punto de vista narrativo- es que estos animales del film establecen lazos duraderos y firmes durante largo tiempo, en oposición a lo que ocurre entre el protagonista y su padre.
Por otra parte, la suma innecesaria de conflictos entorpece el único que el espectador infante podría significar o sea el del vínculo paterno.
En consecuencia, se trata de una historia obvia e inverosímil para los adultos; un relato confuso para los niños.