Dos años después del inmenso éxito comercial de la primera película basada en los personajes animados surgidos en la televisión de los años 80 (y, antes, en la historieta del dibujante belga Peyo), llega una secuela que se limita a repetir (calcar) el esquema original. Los cambios son mínimos: la historia esta vez transcurre en París y no en Nueva York, hay un par de personajes nuevos... y poco más.
El film arranca con los entrañables y minúsculos duendes en su pueblo, preparando una fiesta sorpresa por el cumpleaños de la Pitufina. En medio de una crisis de identidad y pertenencia (ella cree que todos se han olvidado del evento), el malvado y torpe brujo Gargamel (un esforzado y desatado Hank Azaria) logra transportarla hasta París e inicia un operativo "seducción" (regalos, torta, etc.) para conseguir que la traumada jovencita le dé la fórmula secreta de los Pitufos. Contará para lograr su objetivo con la ayuda no sólo de su gato sino también de la histriónica Vexy y del primitivo Hackus, dos gnomos creados por el hechicero que no han podido alcanzar el color azul que define a los protagonistas.
Más allá de algunas (pocas) líneas de diálogo inspiradas, de ciertos pasajes donde aflora un logrado humor físico y de un par de secuencias con un notable despliegue visual (y un buen uso del 3D), como cuando una gigantesca rueda de la fortuna avanza por las calles de París, el director Raja Gosnell (responsable del primer film, de Scooby-Doo y de Una chihuahua en Beverly Hills ) apela al "piloto automático": acumulación de enredos, mucho vértigo y muy poca capacidad de sorpresa.
Para destacar en el terreno técnico la impecable integración entre las imágenes con actores (buena parte se rodó en la zona de la Opera de París) y los personajes animados, pero aquí se extraña demasiado la gracia, el delirio y la creatividad de films como ¿Quién engañó a Roger Rabbit?
Puede que a muchos niños pequeños les alcance con ver en pantalla a Papá Pitufo, Gruñón, Vanidoso, Tontín y Pitufina para salir satisfechos de la sala, pero también es muy probable que para la gran mayoría de los adultos los 105 minutos resulten "eternos". Habrá que resignarse, esta vez, a ser meros y sufridos acompañantes. El genuino disfrute que tantos films infantiles (que en verdad no son sólo infantiles) nos han regalado quedará para otra ocasión.