Holocausto pitufo
¿Se puede pensar en la secuela como un género en sí mismo? Dentro del universo de las películas de animación infantil, el mecanismo es automático: las empresas de animación tratan de instalar un personaje para establecer una saga, hasta que finalmente se agota. A veces puede salir bien (Monsters University, Mi villano favorito 2, por ahora Toy Story), y otras veces no (la saga de Shrek, Cars 2). Está tan extendido este sistema que a una semana del estreno de Metegol, Gastón Gorali, uno de los productores, afirmó de la película que: “Lo mejor que le puede pasar es hacer la segunda”.
Los Pitufos 2 (The smurfs 2, 2013) forma parte de otra estrategia: traer al presente personajes viejos, y aggiornarlos al nuevo público. Los antecedentes no son buenos: aunque hay ejemplo interesantes y respetuosos (El Zorro, de Antonio Banderas), la adaptación de Los tres chiflados, o la Scooby Doo muestran que a veces la resurrección de un personaje no significa necesariamente buenos resultados en términos de calidad o de público. Y termina arruinando personajes clásicos.
¿Qué es lo nuevo en esta secuela? Gracias a YouTube, Gargamel (Hank Azaria) se hace famoso y recorre el mundo como un mago excéntrico. Se las arregla para capturar a Pitufina del universo pitufo, e intenta sonsacarle la fórmula secreta de la esencia de los Pitufos, para terminar con el universo pitufo y dominar al mundo. Por error, Papá Pitufo recluta a Torpe, Gruñón y Vanidoso para la aventura, que los llevará a la casa de los Winslow (Neil Patrick Harris y Jayma Mays), y de ahí, a París, donde Gargamel tiene secuestrada a Pitufina. Abundan los planos turísticos de París, de noche y de día.
Hay dos cosas que molestan a lo largo de la película. La primera es la presencia de la tecnología: resulta raro verlo a Gargamel planear su plan de exterminio pitufo en una Tablet (notablemente Sony), o verlo conectado a Facebook. En fin, marcas de época. La segunda es las constantes repeticiones del mensaje: la idea de que los padrastros funcionan como padres de verdad, abordada a partir paralelismo que se hace entre la relación entre Pitufina y Papá Pitufo, y Patrick Winslow y su padre adoptivo (Brendan Gleeson), se torna aburrida cuando se vuelve una y otra vez sobre lo mismo.
Dentro de las pocas cosas buenas de la película encontramos las actuaciones de Azaria y de Gleeson: excelentes, sólidas. Sin embargo, no alcanzan para sacarnos las ganas de ver a Gargamel triunfar y, que de una vez por todas, los Pitufos desaparezcan de nuestras vidas. Y es que quizás, el culpable de la desaparición de nuestros amiguitos azules no sea Gargamel, sino Sony Pictures Animation, responsable de esta secuela.