Al momento del estreno de The Smurfs en el 2011 planteaba el acotamiento de sus productores en lo que a edad de la audiencia se refería. Dos años después, con un éxito de taquilla suficiente como para disparar dos secuelas, se presenta una segunda parte que no solo vuelve a manifestar las dificultades de su antecesora, sino que además las potencia por tratarse de –para hacer un juego de palabras con el conflicto de Gargamel- una fórmula agotada. Si, Los Pitufos 2 es una película para chicos. Pero con una seguidilla de propuestas internacionales como Monsters University, Despicable Me 2 y Turbo –las cuales compartirán cartelera con los personajes azules-, bien vale preguntarse para chicos de qué edad, dado que si bien puede ser difícil para uno ponerse en la piel de un nene de 10 años, más complicado es hacerlo en la piel de uno que a esa edad pueda disfrutar una propuesta semejante.
The Smurfs 2 se encarga de resolver la ecuación en torno a su público fácilmente: lo hace explícito. El bebé Blue ahora es un muchachito de unos pocos años interpretado por Jacob Tremblay, un personaje cuya única función es venir a completar el cuadro de hombre de familia para el Patrick de Neil Patrick Harris. Sus intervenciones son ocasionales, de hecho es quien menos tiene para ofrecer, y se limita a exclamar de forma permanente los nombres de los Pitufos o de sus progenitores. El nene en pantalla es el nene de la sala de cine, el que grita a sus figuras favoritas, aquel que me causaba gracia a mis 9 años -y aún lo hace si me acuerdo de la situación- cuando alentaba a lo largo de todo Space Jam a Bugs Bunny o al Pato Lucas.
Los Pitufos 2 carece de ideas y, como cualquier película reciente que aspira al humor sin recursos para hacerlo, se recuesta en la actualidad. Si la primera recurría a Tom Colicchio y a Tim Gunn como un guiño inútil, esta se sostiene en lo que es el pilar de la mediocridad y el conformismo total: los chistes sobre tecnología por el solo hecho de ser novedosa. Así, Gargamel descubre la pantalla táctil de su Tablet de Sony –bien destacada la marca no sea cosa de que alguien piense que es un iPad-, Azrael tiene Facebook y la dupla malévola se hace famosa viralizándose en Youtube. Este "hallazgo" en materia de comedia es acompañado de forzados juegos de palabras que nunca funcionan, condenando al espectador a que por cada "Get a shroom" ("Consíganse un cuarto/hongo") –es decir un uso de ingenio- haya una innumerable cantidad de "Oh, mi Pitufo", "Santo Pitufo" y demás variantes desprovistas de esfuerzo.
Desde el comienzo, The Smurfs 2 se aleja de la tierra mágica en donde los Pitufos viven y se traslada a Francia. Se acota en un grupo reducido de hombrecitos azules y no los deja respirar, básicamente incurre con los personajes animados en los mismos malos manejos que con los de carne y hueso. Los limita a un maniqueísmo perpetuo, con figuras limitadas únicamente a repetir una gracia que está agotada desde hace una película atrás. La incorporación de Brendan Gleeson –a quien siempre es bueno ver, aún en un papel ridículo como este- ayuda a dar un sentido o al menos un conflicto de moderado interés respecto a la familia Winslow, no obstante es un ejemplo de lo peor que hace la franquicia con las creaciones de Peyo.
Sucede que el director Raja Gosnell no sabe manejar los recursos que tiene en su poder, algo que su pobre filmografía indica muy bien. Es así que puede ofrecer el único momento verdaderamente logrado de la película con un viaje en cigüeña que pone de manifiesto cierto progreso técnico, pero no sin antes entregar una escena de confusión y destrozos varios en una confitería parisina, secuencia calcada de aquella de la juguetería en la anterior sólo que con cambio de locación. Hank Azaria y Neil Patrick Harris podrían hacer estallar al público de risa, sobre todo el segundo con su probada capacidad para la comedia en general y la física en particular, los musicales y con el reconocimiento generalizado -y tardío- que hoy disfruta como artista. NPH no va a cantar, no va a bailar, su función es la de cargar con el grupo de Pitufos en una bolsa a la espera de poder ayudarlos a prevenir una situación que, a fin de cuentas, no era importante. ¿Por qué? Porque es lo que pasa cuando hay un equipo de cinco guionistas que trabaja a diez manos sobre una historia básica, infantil y que confunde la unidimensionalidad de sus personajes con definición. ¡Qué pitufeada!