El director Raja Gosnell, responsable de la primera parte, la saga Scooby-Doo y Jamás besada, entre otras, repitió la fórmula: combinar una de las grandes capitales del mundo (antes Nueva York, ahora París) y el mágico mundo pitufo.
Otra vez los seres azulados en plan de aventura, pero con toque turístico. El mix de urbanidad y leyenda, comunicados a través de un portal que los teletransporta desde la aldea hacia la Ciudad Luz.
En esta secuela, la historia gira en torno al secuestro de La Pitufina y los malvados planes de Gargamel (Hank Azaria), quien fue el que más transpiró la camiseta en cuanto a interpretación se refiere. El hechicero es uno de los villanos más tenaces del cine animado, su obstinación por dar con los suspiritos azules es total. El se aísla en sus elucubraciones y además (no se explica por qué) es furor por sus shows en vivo de magia real.
El brujo abandona su oscuro recinto para habitar la fastuosa suite Napoleón de un hotel parisino. Pero tanto lujo no significa nada para él. Junto a su expresivo gato Azrael (a quien sólo su dueño entiende) buscan atraer con el rapto de La Pitufina al resto de las criaturitas. ¿Su misión? Extraerles su esencia a través de una maquiavélica máquina (muy bien lograda) y así conquistar el mundo con sus poderes mágicos. El rescate de La Pitufina recae en manos de Papá Pitufo, Gruñón, Vanidoso y... Tontín, el más risueño de todos.
Los Pitufos 2 es más adulta que la anterior, con un guión más rebuscado donde los padres también se divertirán. Este filme explica la génesis pitufa, hay pocos chistes y más lazos con el mundo real, y Gargamel posee un papel más importante que la familia Wislow, a diferencia de la anterior. Por suerte, porque lo de Patrick (Neil Patrick Harris) y Grace (Jayma Mays) es apenas decoroso en su interacción con los pequeños seres. Sobresale la actuación de Brendan Gleeson (como el abuelo Victor) y el ya crecidito Azul.
Es también acertada la aparición de los naughties, las nuevas creaciones del hechicero. Por un lado, Vexy (con la voz de Christina Ricci), una pitufina versión dark y callejera, pero que en el fondo tiene un gran corazón, y Hackus, muy travieso pero bastante tonto e ingenuo en sus acciones.
El filme posee cierto guiño tech (además de la maravillosa lluvia azulada en clave CGI): Gargamel trata de entender el funcionamiento de las tablets, Azrael con perfil de Facebook propio y hasta aparece el pitufo Social, adicto a las redes sociales. En fin.
París es recorrida por casi todos sus íconos turísticos (Gargamel llama “gran aguja metálica” a la Torre Eiffel) pero desde el aire, sin entrar en detalle en las locaciones, algo que le hubiese dado mayor intimidad y cercanía a un filme que por momentos se atropella en fallidos gags familiares y dinámicas escenas callejeras como la de la rueda gigante fuera de su eje.
Para la tercera parte ya flotan algunas preguntas: ¿se rodará en Londres, Tokio, Río de Janeiro? ¿O se hará en la aldea pitufa, el mágico (y desaprovechado) rincón medieval digno de ser explorado por la variedad de personalidades azuladas? Hagan sus apuestas.