Antes de hablar de este estreno bien vale una aclaración. Cuando en la década del ’80 estos dibujos animados de origen belga estuvieron recontra de moda con todo el merchandising, incluidos los libritos de pintar que habrán agotado varias toneladas de tinta azul, había gente a favor y en contra. O mejor dicho, gustaba o no gustaba. Así de simple.
Se hicieron muchos análisis posteriores que nunca llegaron a buen puerto, aunque la observación más aguda que otrora leí era tan interesante como graciosa: Salvo el Papá (que es más viejo) y la Pitufina (que es mujer-hembra) todos los pitufos son iguales si los despojamos de ropa, anteojos u otros accesorios. Sólo se diferencian en características que no pasan de algún adjetivo (gruñón, vanidoso, filósofo, bromista, etc.) Esta teoría llevó a concluir que el creador tenía un problema de personalidad múltiple. Válido, pero demasiado terapéutico si me pregunta
La ambiciosa adaptación al cine tiene tantos pro como contras, según quién la mire, por lo cual quisiera dejar al margen la cuestión de gustos, si es que usted está pensando en llevar a los chicos al cine.
Digo esto porque si nunca le gustaron los duendes azules la va a pasar muy mal. Por el contrario, si le encantaban, es probable que salga con alguna sonrisa. Ante semejante bifurcación de paladares, sólo queda analizar si vale la pena para los chicos.
Considerando que los dibujos de la tele duraban media hora, una película de 103 minutos resulta demasiado extensa para un guión que a los 20 minutos ya se sabe como termina.
En la aldea todo es feliz como siempre. El mago Gargamel y su gato Azrael (por momentos insoportable) quieren a toda costa encontrar a los Pitufos para usarlos en una súper poción que lo convertirá en un villano mucho más malo. Para qué quiere semejante poder no parece tan importante para los guionistas, pero ahí sale el malo en busca de ellos. Los encuentra justo en una noche de luna azul que abre un portal a… Nueva York. Supongo que ni los escritores se aguantaban una hora y pico en el bosque. La ciudad es más divertida.
Pasemos por alto que a los neoyorkinos les llama poco la atención la presencia de un mago vestido con un camisón marrón y calzas rojas que grita todo el tiempo. El show debe continuar y de última está la policía para llevárselo preso bajo el cargo de ser uno de los tantos orates que deambulan por ahí.
En la ciudad se dirimirá la batalla entre los Pitufos y el mago con un final que se estira como un chicle para luego volver todo a su estado normal. O sea feliz.
A su favor, Los Pitufos respeta a rajatabla la creación de Peyó en todo lo que concierne a la construcción de los personajes y su idiosincrasia. Incluso resuelve lo que nunca explicaron los dibujos: Una cortina invisible al ojo humano era la que impedía encontrar la aldea en el bosque. Poco para explorar si usted se identifica.
Señores padres: si sus hijos superan los siete años y los llevan igual, no se sorprendan si pasada la hora de proyección comienzan a reclaman ir a otro lado o volver a casa a jugar a la Playstation.
Si tiene dudas sobre la imparcialidad de este cometario lo dejo bien claro. En mi caso, parafraseando al Pitufo Gruñón: “odio a Los Pitufos”