El futuro llegó, hace rato
Seis personajes treintañeros, desencantados con sus destinos. Con Alan Sabbagh.
Seis amigos treintañeros (cuatro hombres y dos mujeres), burgueses y desencantados, reunidos en un día de campo, son el centro de la opera prima de Luciano Quilici, que antes fue una obra de teatro de él. Enunciada así, Los quiero a todos, podría sonar a película trillada, película de replanteos personales disparados por un encuentro colectivo, de choque entre la ilusión juvenil y la realidad adulta. Y algo de eso hay: lo que varía, en este caso, es la construcción de los personajes y el tono del filme.
Quilici crea seres patéticos, pero que generan cierta empatía. No hace apología ni se burla de ellos. Les da vida, con la gran ayuda de los actores (entre ellos, Alan Sabbagh), muy sólidos en las interpretaciones. El realizador, sí, transmite el malestar que cargan estos seres inacabados, a través de un crescendo dramático que se va a acercando a lo siniestro, sin llegar a la oscuridad total; mitigándola, incluso, con un humor ácido, de tragicomedia, y alguna secuencia musical leve.
Los quiero a todos, título irónico, pasa, alternativamente, de las secuencias del sexteto en medio de la naturaleza a flashbacks de cada personaje en situaciones opresivas, urbanas. Estas microhistorias funcionan bien, a veces muy bien, a modo de cortos. Pero en algún momento, hilvanadas, hacen sentir que la estructura general se vuelve un tanto mecánica.
El clima, revulsivo, está logrado. No es raro que varios críticos hayan evocado el cine de Todd Solondz, aunque acá en versión atenuada, sin regodeos cínicos, con más cariño hacia los personajes. Una pareja (Sabbagh y Valeria Lois) no puede seguir junta ni separada. El hijo de un militante (Diego Jalfen) toma el lugar del padre ausente y tiene una relación inquietante con su madre. Un lumpen de clase alta (Santiago Gobernori) se obsesiona con su mucama paraguaya. Este segmento, el más político, también tiene alguna analogía con el estilo Solondz. Ahí donde el director de Storytelling es feroz con el American Way of Life, Quilici lo es con los jóvenes individualistas de los años ‘90.