Acariciando lo áspero
Esta áspera película coral arranca con una fuga de un penal de menores para internarse en otra fuga mucho más compleja y abstracta: la del encierro y ensimismamiento de cada uno de los cinco personajes, jóvenes marginales y jugados a todo o nada, que deben sobrevivir en plena sierra cordobesa a merced de la naturaleza y su hostilidad, pero también amparados por su animalidad e instinto de supervivencia que se mezcla con fuertes convicciones de una fe que trasciende lo religioso aunque todos busquen de cierta forma la redención a ese castigo que implica ser marginal en el mundo.
Fadel con Los salvajes, opera prima que logró terminar en 5 semanas de rodaje y por la que no sólo se entregó desde el punto de vista artístico sino también físico que le costó accidentarse, se toma todo el tiempo posible en un relato que sabe dosificar la tensión dramática con el vuelco simbólico; lo humano con lo deshumanizante a fuerza de rigor y talento a la hora de crear un espacio completamente funcional a la historia donde los protagonismos divididos, si bien no logran una primaria sensación de empatía con el público tampoco resultan indiferentes o planos en términos estrictamente narrativos.
En Los Salvajes las balas se escuchan fuerte y no son balaceras, como aquellos westerns que defendían el honor en un duelo y al igual que en este inquietante film lo único que tenía verdadero sentido era la muerte desde su costado ritual pero también como aquel único vínculo real con la vida y la naturaleza, despojada de toda capa bucólica o pintoresca.
Una ópera prima dura, comprometida con su historia y proveniente de un grupo de cineastas de un talento y potencial que en el futuro quizás produzca el recambio que el cine argentino, luego de aparecer el nuevo cine, anda necesitando. El público debería apoyar este tipo de propuestas que procuran mantener calidad e identidad, algo que ya las vuelve únicas y más que respetables.