Catorce años pasaron desde aquel desconcertante desenlace de una de las series que, sin duda, marcó nuestra edad dorada televisiva. Creada por David Chase para HBO, Los Soprano supo cautivar al público y a la crítica especializada con una historia intensa, de combustión lenta y actuaciones agitadas, en donde se lucen recursos estilísticos puramente cinematográficos y una mirada fresca y humana sobre un tema tan trillado como la mafia.
Dado semejante hito en la historia de la pantalla chica, era esperable que la moda de las precuelas, reboots y secuelas ad infinitum en algún momento atrapara también a este drama como sucedió en 2019 con la decepcionante película de Breaking Bad. En esta ocasión, se trata de una precuela bautizada como Los Santos de la Mafia (The Many Saints of Newark), que tiene como protagonista nada menos que al hijo del fallecido James Gandolfini, nuestro eterno Tony Soprano, y que se sitúa en pleno período cúlmine de la mafia italoamericana antes de su hora crepuscular.
Bajo la dirección de Alan Taylor (Terminator Génesis) y un guion escrito en conjunto por Chase y Lawrence Konner (El Planeta de Los Simios), el film ofrece una suerte de historia de origen de Tony Soprano pero desplazando el protagonismo hacia quien fuera su mentor en la mitología de la serie. Hablamos de Dickie Moltisanti, padre de Christopher Moltisanti y uno de los capos de la familia criminal.
No hay nada más lindo que la familia unida
Los Santos de la Mafia nos transporta a la ciudad de Newark, en Nueva Jersey, a fines de los ’60 y principios de la década de 1970. Una época marcada por los crímenes raciales, los saqueos y los enfrentamientos entre diversos clanes mafiosos que tiñen de sangre las calles a plena luz del día. En medio de esta hecatombe, un joven Tony Soprano (Michael Gandolfini) crece enturbiado por las discusiones familiares, con un padre criminal (Jon Bernthal) ausente y condenado por la ley, y una madre (Vera Farmiga) con evidentes trastornos psiquiátricos. A pesar de ser un prometedor jugador de football, el clima tenso que vive en su hogar lo lleva a descuidar sus estudios y meterse en problemas, cometiendo sus primeros delitos en forma de travesuras adolescentes.
El sendero sin rumbo que representa la vida de Tony parece hallar un halo de esperanza gracias a su gran admiración. Se trata de su tío, Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), quien de alguna manera se muestra como una figura paternal, marcándole los límites y compartiendo con el joven salidas a eventos deportivos, como así también sus gustos por el cine y el rock. Sin embargo, Dicki está lejos de ser un modelo positivo aún en un contexto de violencia extrema naturalizada.
Su ascenso en el mundo de la mafia se ve alterado por los mafiosos afroamericanos que buscan desplazar a sus jefes y la relación extramatrimonial que mantiene con la sensual novia italiana (Michela De Rossi) de su padre, el capo «Hollywood Dick» (Ray Liotta). Mientras intenta sin éxito controlar sus impulsos agresivos, en la ciudad la tensión entre los italoamericanos y los afroamericanos crece, conduciendo a una inevitable y brutal batalla criminal.
La decisión, interesante y arriesgada, por parte de David Chase de salirse de la idea típica de película de origen y centrar el film en la figura de Dickie, se ve empañada por una historia genérica de gángsters que no bebe suficiente de aquella naturaleza imaginativa y fascinante que hizo grande a la serie de HBO. Si bien, resulta atractiva la forma en que la película nos presenta la vida de Dickie y se introduce en su psicología logrando un fuerte paralelismo con el Tony Soprano de James Gandolfini, no está a la altura de lo que cualquier admirador de Los Soprano podría esperar.
El humor negro y la violencia se mantienen firmes de la mano en esta precuela, aunque no tiene el mismo encanto. En cuanto a la exploración de la moralidad y la humanización de las miserias, otro de los rasgos característicos de la ficción televisiva, encuentra aquí cierto equivalente en las charlas que Dickie mantiene con su tío cuando lo va a visitar a la cárcel. Conversaciones que, por supuesto, lejos están de esos ida y vuelta memorables entre la doctora Melfi y Tony.
Por otro lado, si bien Nivola hace un retrato sobresaliente de un impulsivo gángster en crisis y Gandolfini hijo emociona con sus pequeñas apariciones, tenemos a personajes como las versiones jóvenes de Silvio y Paulie, que parecen solo una caricatura simpática de lo que fueron. Ni hablar de Livia Soprano, tal vez uno de los roles más desaprovechados. Dado su talento, está claro que Vera Farmiga podría haber hecho una performance de matriarca manipuladora y autoritaria destacable como la que supo regalar en vida Nancy Marchand. Lamentablemente, su personaje parece haber sido escrito basándose en la personalidad insufrible y autocomplaciente de Carmela, que poco tiene que ver con Livia.
Resulta comprensible que, ante la necesidad de despegarse de su pasado televisivo, Chase abogara en Los Santos de la Mafia por narrar una historia diferente y seductora que no estuviera directamente centrada en Tony y permitiera el visionado de un público ajeno a la serie. Sin embargo, el resultado termina siendo un film que no conforma a ninguno de los dos espectadores: ni al de Los Soprano, que espera la misma riqueza narrativa, ni al que busca un relato criminal que se salga del molde.