David Chase es el creador, guionista, autor y hasta director de algunos capítulos de Los Soprano, serie icónica y multipremiada que narra el universo de un núcleo muy singular de la mafia italiana en Estados Unidos, casi totalmente rodada en Nueva York. La serie comienza allá por los años 90, exactamente en el año 1999 y culmina en el 2007. Hoy con 76 años Chase es el generador de este filme que nos augura viajar a aquellos tiempos de Michael Gandolfini.
Es una obviedad decir que hubo y aún hay, miles de miles de fans por todo el mundo, de seguidores, y de intelectuales cultores de esta serie genial por lo que la llegada de una precuela era algo, digamos, esperable para todos los que querían volver a respirar el aire Soprano.
Esta precuela, Los santos de la mafia, nos promete ver el surgimiento de Tony Di Meo como el futuro gran capo mafia de la serie, desde su niñez hasta su juventud. Por lo que las expectativas del espectador son las de poder ser testigo de como Tony hará ese camino del héroe –con códigos morales invertidos– para dejarnos al final en la puerta que conduce al infierno de aquella narrativa serial que todos evocamos con nostalgia.
Pero no es eso lo que ocurre, por el contrario, apenas se insinúan en unas pocas pinceladas los dones o dotes que Tony podrá desarrollar a futuro y el filme se centra más en los personajes que lo influenciarán en su vida, algunos que volveremos a ver, otros que solo serán parte de su historia fundante –como su tio Dick– y una madeja de sucesos que arman una narración con excesiva información, poco crescendo, algunos momentos de impacto por su filosa violencia y hasta algunos pasajes de humor negro.
Aunque hay cuestiones narrativas o formales, hasta indirectos homenajes, que nos remiten a los clásicos del cine de gánsteres, el filme nunca llega a explotar climáticamente hablando y genera una cadena causal de sucesos más o menos tensos o intensos pero que no arriban a ningún territorio revelador.
El relato se sitúa en Newark (New Jersey) durante los años 60 y 70. El gánster galán empátcio, Dickie Moltisanti, no explicaremos porque al inicio del filme ya hereda el reinado mafioso de su padre Aldo –nuestro amado Ray Liotta–. Dickie es el tío favorito del pequeño Tony, que en su etapa adolescente es encarnado por Michael, el hijo del mismísimo Gandolfini. Más allá del guiño de que este sea su hijo en la vida real, desempeña con eficiencia el papel de Tony joven en el filme. Retomando la trama, todo gira en torno a como Dickie será capaz de llevar en sus hombros el liderazgo que ha heredado de su padre y el enfrentamiento con la rebelión negra que se desarrolla en la ciudad, donde Harold será un personaje clave. Contar los ribetes y vericuetos enredados de la trama no solo seria spoiler, sino que atentaría con la más amable comprensión de la argumentalidad del filme.
Lo menos feliz del caso de Los santos de la mafia es que tiene más estética televisiva que cinematográfica. Parece más un capitulo suelto de una nueva serie, con algo del recuerdo de Los soprano, que un filme con solvencia y autonomía propia.