El director de Caja negra y Monobloc construye una fábula post-apocalíptica con un impresionante despliegue de efectos visuales (CGI) para una experiencia cautivante desde lo formal a la hora de diseñar un mundo en ruinas, pero fallida desde su construcción dramática (no hay tensión, suspenso y todo se resuelve a puro tiempos muertos y luego –literalmente- a los gritos). De todas maneras, más allá de sus desniveles actorales (el elenco inlcuye a Alejandro Urdapilleta, a Emir Seguel, a Martina Juncadella y al propio director) y hasta de sus desatinos (ciertos diálogos altisonantes e inverosímiles), se trata de un proyecto épico, casi heroico para el cine indie argentino y con indudable destino de culto.