Los miedos internos
En su tercer opus Los santos sucios el realizador Luis Ortega entrega un relato post-apocalíptico que juega de manera constante con el simbolismo y presenta una galería de personajes extraños, construidos a partir de rasgos débiles, que representan a los sobrevivientes luego de una gran guerra sin un enemigo visible.
En realidad, el director se atreve a partir de la puesta en escena de un universo en ruinas a exponer los fantasmas de los miedos internos de cada personaje con una esperanza de fuga en el cruce de un río. Pensar en el río desde el punto de vista filosófico como el pasaje obligado de la memoria y el olvido no es descabellado teniendo en cuenta que la propuesta narrativa de Ortega se reviste de alegorías y metáforas, la mayoría de ellas relacionadas con las ideas existencialistas que busca desarrollar en un conjunto de escenas que guardan independencia una de otra y donde es manifiesta la intención de la improvisación por parte de los actores así como el proceso de armado de la historia con un guión mínimo que prácticamente se va escribiendo a medida que avanza la trama.
Si hay algo que atraviesa la trama de esta película de Luis Ortega, quien también se reserva un papel y es quien relata la historia, es su carácter profano. Despojado de todo aquello que puede considerarse sagrado o esperanzador (salvo la supuesta llegada al río), este paisaje distópico, poblado de ruinas es un fiel reflejo de muchos pueblos fantasmas del interior.
Así de anárquica y disruptiva resulta la trama que parece consensuar por parte de los actores la intencional falta de contención de sus acciones; esa extraña fórmula que a veces resulta tan disonante que hace ruido en la pantalla es precisamente lo que permite al espectador la posibilidad de abstraerse del relato y dejarse llevar por su fuga hacia ninguna parte. Excelentes todos los rubros técnicos, incluida la magistral fotografía de Guillermo Nieto y la siempre descollante participación de Alejandro Urdapilleta.